Centro Virtual Cervantes
Literatura

Quevedo y la crítica > Las sátiras de Quevedo > B. Sánchez
Las sátiras de Quevedo

Los satíricos latinos y la sátira de Quevedo

por Benito Sánchez Alonso

[p. 33] «No conozco poeta alguno español versado más, en los que viven, de hebreos, griegos, latinos y franceses, de cuyas lenguas tuvo buena noticia, y de donde a sus versos trujo excelentes imitaciones», decía de Quevedo su erudito amigo González de Salas.1 Todos sus coetáneos nos lo pintan igualmente [p. 34] como un extraordinario lector, no sólo en trato constante con sus viejos clásicos tan amados, sino siempre al corriente de cuantas novedades literarias aparecían. Con sus libros favoritos, leyéndolos y releyéndolos de continuo, tanto se compenetró y tan hondamente entraron aquellas doctrinas en su espíritu, que admira ver en él las ideas ajenas envueltas entre las propias, con el mismo color de originalidad y la misma sinceridad y energía de expresión.2 Es necesaria en muchos casos una lectura muy reciente de sus modelos —«mi Séneca», «mi Juvenal»… los llama afectuosamente el poeta en sus escritos íntimos— para encontrar en sus composiciones la huella de ajena inspiración o de imitación expresa. Así pudo realizar el milagro de reflejar de continuo en su obra ideas peregrinas de la literatura antigua y extranjera y ser a la vez escritor españolísimo y popular.3

Este doble carácter de Quevedo obliga a estudiarlo al lado de aquellos viejos modelos, sin perder con sus escritos la íntima [p. 35] relación a que él mismo fue siempre tan fiel. Como ensayo de tal método, se le examina aquí, en el más interesante de sus aspectos, el de satírico, dentro del cuadro iniciado por los poetas latinos, señalando el espíritu con que cada uno de sus temas había sido tratado por Horacio, Persio, Juvenal, Marcial y Petronio. (Sólo por incidencia se hablará de otros).

El influjo de los citados escritores se efectúa en él por varios modos: conservando en algunos temas el ambiente que ellos crearon; traduciendo piezas o pasajes enteros para formar composiciones completas; combinando pensamientos o frases diferentes, y aun de autores distintos, hábilmente entretejidos, con objetivo más o menos alejado del de las partes originales; glosando un verso o una cláusula, desarrollados por él con más extensión, y aceptando simplemente felices expresiones aisladas que expresen con más energía su propio pensamiento. De Horacio usa Quevedo parcamente: sin duda no cuadraba bien a su fogosidad la fría elegancia sencilla del poeta venusino. Más parece satisfacerle el oscuro alambicamiento de Persio, cuyas composiciones utilizó frecuentemente, sobre todo en frases aisladas y en escritos serios de tendencia filosófica. Juvenal es para él modelo constante.4 Con Marcial [p. 36] tiene grandes afinidades, no sólo en sus sátiras —especialmente en composiciones ligeras, como las letrillas de la Musa V—, sino también en el chiste exento de intención satírica. (Asimismo le recuerda en las composiciones hechas en loor de reyes, fiestas, hazañas, etc. —Musa I—, y en los Elogios fúnebres de la Musa III). Sin embargo, tales semejanzas más son debidas a parentesco espiritual que a deliberado propósito de utilizarle. Ello mismo, en menor proporción, puede decirse de Petronio.

Como sus modelos, pondera Quevedo los peligros de la sátira y se promete abstenerse de cultivarla; véase, por ejemplo, el soneto III, Polymnia, 82 (iniciado con una frase de Persio, I, 106-107; cfr. Juvenal, I, 150-171).

Raer tiernas orejas con verdades
mordaces, ¡oh Licino!, no es seguro:
si desengañas, vivirás obscuro,
y escándalo serás de las ciudades.

No las hagas, ni enojes las maldades,
ni mormures la dicha del perjuro;
que si gobierna y duerme Palinuro,
su error castigarán las tempestades.

El que piadoso desengaña amigos
tiene mayor peligro en su consejo
que en su venganza el que agravió enemigos.

Por esto, a la maldad y al malo dejo.
Vivamos, sin ser cómplices, testigos;
advierta al mundo nuevo el mundo viejo.5

Pero no le consiente su ingenio crítico el pasivo papel de testigo. La sátira informa todos sus escritos, asomando a veces [p. 37] aun en obras de muy honda religiosidad y en tratados filosóficos. Y no la ejercita, como Juvenal, contra aquéllos «quorum Flaminia tegitur cines atque Latina», ni se ensaña, como Persio, contra embelecos que él mismo forja, sino que se dirige constantemente contra personajes de carne y hueso, lo que llena de sinsabores y persecuciones su existencia. A ello le empujaba su propia penetración, que le hacía percatarse demasiado bien de la miseria de la sociedad en que vivía. Los acentos burlescos y festivos, que con tanto donaire derramaba en su sátira, no hacen sino encubrir su fondo de amargura y descontento. No es un hombre superficial, a quien fácilmente contenta el espectáculo del pueblo que le rodea. Escoge ese tono porque le parece el más eficaz para representar la realidad humana, o mejor, la realidad española, que es lo que plenamente le interesa en todas sus obras.6 No nació para dar vida en ellas a fantasmagorías, volviendo los ojos de lo odioso o ridículo que tiene delante, sino para reflejarlo lo más vigorosamente posible; como Marcial, podría él decir: «Hominem pagina nostra sapit».

Por encima de su identificación con los poetas latinos —especialmente los de la decadencia— asoma, empero, en las producciones de Quevedo su recio cristianismo, que considera la cortedad de la vida desde un punto de vista de desprecio de su inanidad, mientras aquéllos la ponderan repetidamente para [p. 38] aconsejar que no se pierda ni un instante de placer. También se revela el espíritu cristiano en su tendencia a recriminarse y envilecerse deliberadamente, en tanto que los satíricos paganos cuidan mucho de marcar la diferencia entre sus escritos, enfangados por los vicios que descubren, y su vida, pura y austera. «Yo, que soy el escándalo —dice en carta a un amigo—7, escribo a vuesa merced, que es el ejemplo», y frecuentemente, sobre todo en su correspondencia de San Marcos, se complace de este modo en el propio desdén y acusación.

Basten estas notas preliminares, y entrando en el examen particular de cada tema satírico, comienzo por el más considerable, que en cierto modo resume todos los demás: el de la corrupción general de costumbres en el tiempo y país en que se escribe. Además de los casos en que es de propósito tratado, late en el fondo de muchas composiciones, ajenas a él en apariencia. (No hay que olvidar que la sátira alcanza singular florecimiento en los períodos de decadencia social y política). En el grupo latino elegido, ya Horacio (Odas, III, 6) presenta a la sociedad debilitada por los vicios, y si bien empieza culpando a sus inmediatos ascendientes: «Delicta maiorum inmeritus lues, / Romane…», refiérese después concretamente a su época, y acaba estableciendo una progresión ascendente de corrupción:

Aetas parentum, peior auis, tulit
nos nequiores, mox daturos
progeniem uitiosiorem.

Achaca la decadencia del pueblo a la liviandad femenina, que, empezando por el hogar, todo lo destruyó; piensa con nostalgia en el rústico romano primitivo, cuyo masculino vigor pudo vencer a temibles enemigos8 [p. 39].

Juvenal, detallando más el cuadro, lo recarga de tintas sombrías, y su sátira I (versos 22-80) es el reflejo de la mayor abyección: este tema le parece mucho más interesante que las manoseadas fábulas antiguas. Su tiempo es el que más asuntos puede dar a la sátira:

Et quando uberior uitiorum copia?…
Nil erit ulterius quod nostris moribus addat
posteritas, eadem facient cupientque minores,
omne in praecipiti uitium stetit…

(versos 87 y 147-149)

En el principio de la sátira VI se refiere, con amarga ironía, a las costumbres púdicas de la Edad de Oro (Saturno rege), de que aún quedaría vestigio en la época siguiente (Joue nondum barbato), hasta que Pudor y Justicia se retiraron definitivamente del mundo. En la sátira XIII insiste en su idea:

Nunc aetas agitur peioraque saecula ferri
temporibus, quorum sceleri non inuenit ipsa
nomen et a nullo posuit natura metallo.

(versos 28-30)

Refiriéndose a los tiempos primitivos, les opone el reinado de la infidelidad en su época: 

Improbitas illo fuit admirabilis aeuo,
credebant quo grande nefas et morte piandum,
si iuuenis uetulo non adsurrexerat…
Nunc si depositunm non infitietur amicus,
si reddat ueterem cum tota aerugine follem,
prodigiosa fides et Tuscis digna libellis
quaeque coronata lustrari debeat agna.

(versos 53-55 y 60-63)

Otras veces (XIV, 161-210, etc.) contrapone a la sobriedad antigua la ambición y lujo modernos.

A Quevedo no le deslumbra el brillo de las virtudes primitivas. En una de las epístolas que escribió a imitación de las de Séneca, dice así:

Escríbesme, o Lucilio, el mejor de los hombres, que te aflige ver el mundo revuelto. Dígote que eso es ver el mundo; haz que tu memoria [p. 40] te vuelva al siglo que quisieres y verás que lamentaron lo mismo. Hoy nos parece más grave porque lo pasado es relación de otros y lo presente carga nuestra; aquello se oye, esto se padece; suspira el que lleva la carga, no el que la ve llevar. No seas de los vulgares que dicen que todo tiempo pasado fué mejor, que es condenar al porvenir sin conocerle; pues forzosamente dirá el futuro, en llegando, que es mejor éste, no por bueno, sino por ya pasado…

(Comienzo de la epístola XXIX, tomo XLVIII, 391)

Este pasaje nos da la clave del poco ahínco que pone Quevedo en las piezas en que aborda tal tema, hechas, sin duda, por el hechizo que sobre él ejercían sus autores favoritos, y no por propia convicción. En la Epístola satírica y censoria contra las costumbres presentes de los castellanos (III, 134), que es la composición más considerable sobre este motivo —y de las más bellas que escribió—, llora, como los latinos, la pérdida del antiguo vigor y desprecio de la vida; su pintura de la perdida fortaleza castellana es en el fondo la que hace Horacio del primitivo valor romano; la bravía mujer que «acompañaba al lado del marido / más veces en la hueste que en la cama», es la misma que en Juvenal se nos muestra «saepe horridior glandem ructante marito», de la casta de aquellas a quienes

praestabat… humilis fortuna…
quondam, nec uitiis contingi parea sinebant
tecta, labor somnique breves et uellere Tusco
uexatae duraeque manes ac proximus urbi
Hannibal et stantes Collina turre mariti.

(Juv., VI, versos 287-291)

Otra de sus composiciones de este tema, la canción en que pinta pena monarquía estragada con pecados (LXIX, 557), es traducción muy ajustada de la oda III, 6, de Horacio, antes aludida; por su extensión no reproduzco aquí el modelo ni la versión, insertando sólo la primera y la última estrofa de ésta:

Tú, por la culpa ajena,
¡oh Roma!, de tan gran castigo indina,
padecerás la pena
basta que se repare la rüina [p. 41]
de nuestros templos sacros
y el humo de sus viejos simulacros…
Las vueltas de los cielos
todo lo desminuyen; muy mejores
fueron nuestros abuelos
que nuestros padres; somos hoy peores;
de nosotros se espera
sucesión que en maldades nos prefiera.9

Cuando se aparta de sus modelos suele tratar el tema festivamente, como en La vida poltrona (LXIX, 548):

Tardóse en parirme
mi madre, pues vengo
cuando ya está el mundo
muy cascado y viejo.
Tristes de nosotros,
dichosos de aquellos
que el mundo alcanzaron
en su nacimiento.
De la edad del oro
gozaron sus cuerpos,
pasó la de plata,
pasó la de hierro.
Y para nosotros
vino la del cuerno…

Pueden apuntarse también dentro de este asunto el famoso Memorial a Felipe IV (III, 135), que será tenido en cuenta al tratar de la sátira política, y lo mismo El Padrenuestro glosado (LXIX, 787), el soneto sobre Las causas de la ruina del Imperio romano (III, Pol., 91); el Del mal estado de las cosas públicas (LXIX, 789), de muy concisa expresividad; varios pasajes de la Visita de los chistes, en que condena el exceso de desenvoltura de su tiempo, y España defendida (pássim, especialmente el capítulo V). Dígase, para terminar lo referente a este tema, que Quevedo, como muchos satíricos —especialmente Juvenal—, muestra con frecuencia aversión a todo progreso —la navegación, la astrología, el refinamiento de las costumbres, etc.— y se chancea de casi todas las formas de la actividad humana. Pudiera pensarse que en ello se hace intérprete de la opinión nacional, que por mucho tiempo sólo estimó gloriosa la profesión de las armas; pero conociendo sus verdaderas ideas, expuestas en escritos no burlescos, [p. 42] ha de atribuirse tal desdén a afectación nacida del propio género satírico, que siempre ha impuesto a sus cultivadores determinados cánones.

Otro tema que ha tentado a los satíricos de todos los tiempos es el que pudiéramos llamar, con frase de nuestro Guevara, «menosprecio de la corte y alabanza de la aldea». Es, como el anterior, de los que el propio género literario impone como motivo obligado, y que los poetas satíricos, hombres de ciudad en su mayor parte, cultivan con agrado.

Horacio, además de su célebre oda Beatus ille…, le consagra la sátira II, 6: el poeta ambicionaba un campito con su jardín; los dioses —Mecenas, diríamos más bien— se lo conceden mejor que esperaba, y él solo pide ahora ser asegurado en su propiedad. Hecho así campesino, recuerda y satiriza las incomodidades de Roma: la asistencia obligada en los negocios, el barullo de las calles, las hablillas envidiosas, la continua intranquilidad, etc., a lo que opone el encanto de las cenas campestres, con su sobriedad y su sosiego, sazonadas con el conversar sencillo de los labriegos.

Juvenal (sát. III) condena también a Roma, como representación de la ciudad grande, por lo difícil que es en ella la vida, la abundancia de especuladores e intrigantes, la supremacía del rico sobre el virtuoso, sus incomodidades y peligros —imposibilidad de dormir, ajetreo de carros y peatones, probabilidad de ruina o incendio, abundancia de trasnochadores pendencieros, etc. ¡Hasta el peligro de ser alcanzado por los objetos que se tiran desde las ventanas es puesto a la cuenta de la urbe!—. Véase un corto ejemplo del vivo apasionamiento con que está escrita:

Scinduntur tunicae sartae modo, longa coruscat
serraco ueniente abies, atque altera pinum
plaustra uehunt, nutant alte populoque minantur.
Nam si procubuit qui saxa Ligustica portat
axis et euersum fudit super agmina montem,
quid superest de corporibus? Quis membra, quis ossa
inuenit? Obtritum uulgi perit omne cadauer
more animae. Domus interea secura patellas [p. 43]
iam lauat et bucca foculum excitat et sonat unctis
striglibus et pleno componit lintea guto.
Haec inter pueros uarie properantur; at ille
iam sedet in ripa taetrumque nouicius horret
porthmea nec sperat caenosi gurgitis alnum
infelix nec habet quem porrigat ore trientem.

(versos 254-267)

Marcial coincide totalmente con el sentido de esta sátira en su epigrama IV, 5; dedica el XII, 57, a la imposibilidad de dormir en Roma, y en el XII, 59, se lamenta en tono zumbón de los muchos besos que en ella tiene que recibir el que allí vuelve. Tiene también acentos muy parecidos a los de Horacio en I, 49, en que describe a Liciniano las delicias campestres de que podía gozar en España, a las que opone los inconvenientes de la vida cortesana, y en I, 55, donde

hoc petit, esse sui, nec magni, ruris arator,
sordidaque in paruis otia rebus amat.

En III, 58, se burla de una finca cercana a Roma, comparándola con un verdadero campo, y en XI, 18, de un terreno harto chico que le regalaron.

Quevedo se inspiró en el comienzo de la citada sátira juvenaliana para componer el soneto (III, Pol., 67) que empieza: «Quiero dar un vecino a la Sibila / y retirar mi desengaño a Cumas…»; pero no alude concretamente al abandono de la ciudad por el campo, sino a la huida del mundo de un desengañado en busca de sosiego espiritual. Tal es el acento con que de ordinario trata este tema, que culmina en la bella canción El escarmiento (III, 165), a la que no faltan tampoco rasgos de sátira indirecta al vivir afanoso e inseguro de las ciudades; por ejemplo:

Duermo, por cama, en este suelo duro
si menos blando sueño, más seguro.
No solicito el mar con remo y vela,
ni temo al turco la ambición armada;
no en larga centinela
al sueño inobediente, con pagada [p. 44]
sangre y salud vendida,
soy por un pobre sueldo mi homicida…10

En donde ataca briosamente la vida ciudadana es en las Capitulaciones de la vida de la corte (XXIII, 459-467), donde hace vivas pinturas de los mendigos, lindos, bravucones, gariteros, rufianes, estafadores, etc., que allí pululan. En ello no hay la menor inspiración de los latinos, estando sus tipos bien directamente tomados del natural, y lo mismo puede decirse de Cosas más corrientes de Madrid (XXIII, 474-475).

Sobre el retiro en el campo apuntaré, para terminar, el soneto A un amigo que retirado de la corte pasó su edad, de marcado sabor latino (III, Pol., 35); el titulado Enseña que, aunque tarde, es mejor… retirarse a la granjería del campo (ibíd., 112; véase también el 111); el titulado Desde la torre (ibíd., 118); el en que Despídese de la ambición y de la corte (LXIX, 420), y el romance en que Retirándose de la corte responde a la carta de un médico (II, 66), donde los encantos campestres son tratados burlescamente por este estilo:

Las fuentes se van riendo,
aunque sabe Jesucristo
que hay melancólicas muchas,
que lloran más que un judío.
Aquí mormuran arroyos,
porque han dado en perseguirlos;
que hay, muchos de buena lengua,
bien hablados y bien quistos…

La condenación de la riqueza es también un tema satírico muy copioso en todas sus variantes: divinización del dinero, avaricia, usura, etc.

Horacio (Odas, III, 16) considera al dinero como fuente de todo mal, por lo que él prefiere su tranquila medianía: [p. 45]

                                    …Nil cupientium
nudus castra peto et transfuga diuitum
               partis linquere gestio,
contemptae dominus splendidior rei,
quam si quidquid arat inpiger Apulus,
occultare meis dicerer horreis,
                magnas inter opes inops.

(versos 22-28)

También clama contra la avidez del mercader, al que no detienen las inclemencias de la Naturaleza y los furores del mar (Odas, III, 24); contra los hombres que no se limitan, al modo de la hormiga, a guardar para los períodos de inacción, sino que atesoran constantemente, sólo porque no haya otros más opulentos, como si, por tener mucho, el estómago hubiese de admitir más manjares (Sát., I, 1); contra el usurero, que, además de lograr por viles medios la riqueza, vive míseramente, siempre temeroso de la pobreza (Sát., I, 2), y al demostrar que todos los hombres tienen algo de locos, cita la avaricia como uno de los géneros de vesania (Sát., II, 3).

Juvenal achaca todos los males de Roma a la riqueza que alcanzó por sus victorias sobre los demás pueblos:

Nullum crimen abest facinusque libidinis, ex quo
paupertas Romana perit.

(VI, versos 294-295)

En el cuadro de vicios que traza en su sátira I destaca muy especialmente la desigualdad a que condujo la avaricia de unos y la prodigalidad de otros, y muestra ya al dinero como fuerza preponderante de la sociedad. Casi toda la sátira XII es consagrada también a la ambición de riquezas, con ideas muy semejantes a las de Horacio; puede señalarse también una buena parte de la XIV (versos 107-331), y rasgos aislados, como el del pederasta tacaño (IX, 38-101).

Persio consagra al oro corruptor una de sus oscuras diatribas (II, 52-70), condena la avaricia, que no repara en medios (V, 132-142), y dedica la VI totalmente a ponderar la vida sin ambición, gozando de lo que se posee, sin preocuparse [p. 46] de amenguar un caudal, que siempre ha de parecer corto al heredero.

Con Marcial nos acercamos más al tipo satírico de Quevedo. Sus diatribas son, en su mayor parte, burlescas, y se dirigen especialmente contra los que son tacaños con sus amigos y clientes. La larga experiencia que de esta última manera de vivir tenía el poeta, proporcionó a sus epigramas abundantes asuntos. A Ceciliano, que engulle él solo las trufas, sin compartirlas con sus convidados, le desea que coma la que envenenó a Claudio (I, 20); a Mancino, que sólo presentó un jabalí para sus sesenta invitados, que no le sirvan jabalí a él, sino él al jabalí (I, 43); Caleno era rumboso mientras tuvo poco, pero heredó y se hizo avaro: el poeta le desea que herede más y morirá de hambre (I, 99, tema repetido en I, 103); se burla del usurero Sexto, que se lamenta de penuria para que Marcial no le pida (II, 44); del rico Névolo, que sólo a las polillas perjudicaría dando la ropa que le sobra (II, 46); de un hostelero avaro que dio a sus huéspedes buen perfume, pero nada de comer, lo que él comenta diciendo que el que huele bien y no come le parece un muerto (III, 12); de Paulo, que fingiéndose delicado de salud, en vez de abstenerse él hace abstenerse a sus convidados (IX, 85); de Cinna, que cena siempre mal, lo que Marcial atribuye a deseo de acostumbrarse para no morir de hambre, como Mitrídates consiguió que no le dañasen los venenos a fuerza de habituarse a ellos (V, 76), etc. De tipo diferente es esta condenación de la avaricia (XII, 10):

Habet Africanus milies, tamen captat.
Fortuna multis dat nimis, satis nulli.

También cultiva, con tanta frecuencia como donaire, el tema de las peticiones y negativas de dinero y obsequios, tan del gusto de Quevedo. Véase este ejemplo (III, 61):

Esse nihil dicis quidquid petis, improbe Cinna:
  Si nil, Cinna, petis, nil tibi, Cinna, nego.

En este tipo pueden incluirse los epigramas I, 27, en que se lamenta de la buena memoria de Procilo, que tomó a la [p. 47] letra una invitación que le hizo Marcial, sin tener en cuenta lo que ambos habían bebido; I, 75: «quien prefiere dar a Lino la mitad a prestarle todo, prefiere perder sólo la mitad»; II, 3 «nada debes, Sexto, hay que confesarlo, pues sólo debe quien puede pagar»; II, 24: «si yo estoy dispuesto, Cándido, a compartir contigo penas, destierros, etc., ¿por qué no compartes igualmente conmigo tus riquezas?»; II, 30: a una petición de dinero, le contesta Cayo que se haga abogado; «te pido —repone Marcial— dinero, no consejos»; II, 37: a Ceciliano, que se lleva lo que puede a su casa tras de cenar bien, le dice que no le ha convidado para la cena de mañana; V, 84: «nada me regalaste, Gala, en las Saturnales; en las Kalendas Marcias, te devolveré lo que me has dado»; VII, 16: «Régulo, nada me resta sino tus regalos: ¿me los compras?»; VIII, 37: «Por devolver ese recibo a Cayetano, ¿crees que le das cien mil sestercios? —Me los debía. —Pues guarda el recibo y préstale dos mil», etc.

Quevedo desarrolla el tema de la condenación de la riqueza con tanta copiosidad como variedad de acentos. El que mejor parece responder a su temperamento, y en que no suele buscar ajena inspiración, es el tono festivo. Así, su famosa letrilla Poderoso caballero es don Dinero (II, 7).

Con esta composición de su mocedad —fue hecha en 1603— inicia el género, tan cultivado siempre por él, de piececillas que pintan el positivismo femenino, en contraste con la idealidad de los hombres enamorados. Es donosísima la que empieza:

Galán:
Si queréis alma, Leonor,
daros el alma confío.
Dama:
¡Jesús, qué gran desvarío!
Dinero será mejor.

(II, 83)

Del mismo tipo: Advertencias de una dueña a un galán pobre (III, 138), Burla el poeta de Medoro (III, 142), Con nombre supuesto se queja de una madre y una hija (III, 126), y [p. 48] otras muchas cuya anotación se prolongaría demasiado.11 En varias, el poeta no se limita a protestar contra las socaliñas de las mujeres, sino que afirma su propósito de cerrar la bolsa frente a sus acometidas. Así, en Quejas del abuso de dar a las mujeres (III, 14), de que entresaco algunos versos:

Dame, cómprame y envíame
tengo por malas palabras;
que judío ni azotado,
pues que no cuestan, no agravian.
De muy buena gana pongo
en tus orejas mis ansias,
dejando lugar a otros,
donde pongan arracadas.
Gastó el viejo Amor en viras,
mas no en virillas de plata;
brincos se daban saltando,
y hoy se compran y se pagan…

Este género, que va ampliando con graciosos consejos, para oponerse a toda clase de peticiones, de hombres como de mujeres —«es cierto que piden tanto las barbas como las tocas», dice el poeta—, tiene su expresión más cabal, en verso, en el romance en que Significa su amor a una dama y procura introducir que no se debe dar a las mujeres (III, 148), y en prosa en las saladísimas Cartas del caballero de la Tenaza (XXIII, 453-459), de cuyo sentido basta para dar idea este

Ejercicio cuotidiano que ha de hacer todo caballero para salvar su dinero a la hora de la daca.

En levantándose, lo primero conjurará su dinero porque no se lo pidan, y alegraráse que le han dejado amanecer, diciendo: «Yo me alegro, aunque soy caballero de la Tenaza, porque me han dejado dormir los embestidores y pedigones, y ofrezco firmemente de no dar, ni prestar, ni prometer, por palabra, obra ni pensamiento». Y luego dirá aquellas palabras:

Solamente un dar me agrada,
que es el dar en no dar nada. [p. 49]

Al sentarse a comer mirará la mesa, y viéndola sin pegote, moscón, ni gorra, echará la bendición, diciendo: «Bendito sea Dios, que me da comezón, y no comedores, considerando que los convidados en las mesas son cuchillos de los tenedores».

Al irse a acostar, antes de dormir, se llegará al talegón vacío que tendrá colgado a la cabecera de su cama, por calavera de los perdidos, con rótulo que diga:

Tú, que me miras a mí
tan triste, mortal y feo,
mira, talegón, por ti,
que como te ves me vi,
y veraste cual me veo.

Y empezando a dormir, dirá: «Bendito seáis vos, Señor, que habéis permitido que me desnude yo y que no me haya desnudado otro antes». Y no dormirá a sueño suelto porque no se le desperdicie nada.

No recuerdo que en ningún caso particular se inspirase Quevedo en Marcial al escribir este género de composiciones; sin embargo, ambos coinciden mucho en el fondo de los asuntos, y desde luego en el donaire con que los tratan.

A los avaros los satiriza también festivamente con frecuencia. Así, el conocidísimo retrato del licenciado Cabra, tomado del natural y rebosante de gracia (Buscón, págs. 32-45), varias estrofas de El Cabildo de los gatos (II, 99), Epitafio de un avaro (II, 18), el pasaje de los padres que viven míseramente por dejar ricos a sus hijos (Zahurdas, 127-128), etc.

Seriamente pondera también Quevedo los males de la riqueza, y entonces sí tienen sus composiciones no sólo el ambiente, sino pensamientos y frases de los clásicos. Véanse como ejemplo de este linaje muchos de sus sonetos de la musa Polymnia. He aquí el que lleva el número 20 (III, 375), tomado de Juvenal, XIII, 129-134 y 147-154:

Lágrimas alquiladas del contento
lloran difunto al padre y al marido,
y el pérfido caudal ha merecido
solamente verdad en el lamento.

Codicia, no razón ni entendimiento,
gobierna los afectos del sentido:
quien pierde hacienda dice que ha perdido
no el que convierte en logro el monumento. [p. 50]

Los sacrosantos bultos adorados
ven sus muslos raídos, por el oro;
sus barbas y cabellos, arrancados.

Y el ser los dioses masa de tesoro
los tiene al fuego y cuño condenados,
y al Tonante fundido en cisne y toro.

En otro, el número 110, en que condena los excesos de la codicia aguzada por la envidia, sigue también fielmente a Juvenal (XIV, 141-151). Su Sermón stoico, incluido, como los sonetos aludidos, en la musa Polymnia (núm. 120), está asimismo lleno de recuerdos latinos (empieza con una frase de Persio, II, 61, tiene pasajes de Juvenal, X, y muchas de sus ideas son frecuentes en todo aquel grupo de escritores). En Las cuatro pestes del mundo y los cuatro fantasmas de la vida (XXIV, 101-163) trata la avaricia manteniéndose en un tono elevado, utilizando en general pasajes de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres. En Hora dedica a los males de la riqueza serias diatribas inspiradas en Juvenal: en un pasaje (pág. 165) desenvuelve los versos 292-293 de la sátira VI; en otro (pág. 245), recuerda los 112-116 de la I. Lo mismo en España defendida (Bol. de la Acad. de la Hist., LXIX, 178).

Hay, por último, sobre este asunto composiciones que se mantienen equidistantes entre las festivas del grupo primero y las que acaban de ser citadas; por ejemplo, la letrilla satírica VIII de la musa Terpsícore (LXIX, 88), el soneto 790 de este mismo volumen (pág. 489), dos pasajes de la Visita (págs. 216 y 254), uno de El entremetido, la dueña y el soplón (XXIV, 379), Las alabanzas de la moneda (XXIV, 483), etc.

El tema de la prodigalidad se presta menos a la condenación y el ridículo de la sátira que la avaricia y la divinización del dinero. Así, Horacio, que habla tan copiosamente de la tacañería, sólo consagra al vicio contrario estos versos en Sátiras, I, 1:

—Quid mi igitur suades? Ut uiuam Maenius, aut sic
ut Nomentanus?— Pergis pugnantia secum
frontibus aduersis conponere: non ego, auarum
curo ueto te fieri, uappam iubeo ac nebulonem.
Est inter Tanain quiddam socerumque Uiselli. [p. 51]
Est modus in rebus, sunt certi denique fines,
quos ultra citraque nequit consistere rectum.

(versos 101-107)

Con la misma tibieza combate también al pródigo en Sátiras, II, 3, y sólo se expresa con vehemencia al condenar el lujo desmesurado de los banquetes, de que todos los escritores romanos nos dan repetidas noticias.12 Horacio defiende la frugalidad, y ridiculiza la necedad de preferir, por ejemplo, ciertas aves por raras y vistosas, como si no perdiesen su belleza después de condimentadas, o barbos de gran tamaño, que, partidos en trozos, pierden ya ese mérito para el gastrónomo (Sát. II, 2). En la 4 del 1. II se burla de Cacio, que ponía la suma felicidad en el arte culinario.

También Juvenal condena el lujo de la mesa romana. Iniciado el tema en la sátira I, le consagra totalmente la XI y la IV, dedicada esta última a la compra por Crispín de un rodaballo en seis mil sestercios:

Hoc pretio squamae? Potuit fortasse minoris
piscator quam piscis emi,

comenta Juvenal, y cuenta con cómica seriedad la discusión que abrió en su consejo Domiciano, a quien fue regalado, sobre el modo digno de preparar el voluminoso pescado. En otras sátiras trata también incidentalmente de la gula y otros aspectos de la prodigalidad.

Persio (Sát. VI) sigue a Horacio, optando como él por el término medio. De Marcial, de quien en otro lugar se apuntan abundantes epigramas sobre cenas de ricos, prefiero aquí señalar algunos en que satiriza la embriaguez. Pueden verse el I, 26, en que pinta a Sextiliano, extraordinario bebedor; I, 87, mofa de Fescennia, que en vano tomaba unas pastillas para neutralizar el olor del vino, etc. En el XII, 70, muestra que Aper, severo censor de los ebrios mientras fue pobre, no sabe, rico, volver sereno a casa, lo que el poeta comenta [p. 52] en este verso final: «Tunc, cum pauper erat, non sitiebat. Aper».

Quevedo, en una de sus cartas a Parra, habla de su propia sobriedad en la comida (XLVIII, 591), que muestra también en el soneto que empieza: «Mi pobreza me sirve de Galeno» (LXIX, 436). Condena asimismo la gula en otras composiciones, ya libres de imitación, como el soneto dirigido Al señor de un convite, que le porfiaba mucho (LXIX, 418), ya tejidas con recuerdos latinos. Entre éstas debe citarse en primer término el soneto Reprehensión de la gula, cuyos antecedentes constan en lo antes apuntado de Horacio y Juvenal:

¿Tan grande precio pones a la escama?
Ya fuera más barato, bien mirado,
comprar el pescador, y no el pescado,
en que tanta moneda se derrama.

No el pescado que comes, mas la fama,
lo caro y lo remoto, es lo preciado,
pues, de los peces de otro mar cargado,
lleva tu sueño vuelcos a la cama.

Yo invidio al que te vende la murena
que entre Caribdi y Scila resbalaba,
pues más su bolsa que tu vientre llena.

Das grande precio por lo que otro alaba;
más es la tuya adulación que cena,
y más tu hacienda que tu hambre acaba.

(III, 109)

Igualmente, varios pasajes del Sermón stoico y de la Epístola censoria, y el soneto en que Exclama contra el rico hinchado y glotón (III, Pol., 36), en los cuales censura, junto a la gula, el despilfarro en joyas, vestidos, etc. (Sobre el lujo de las piedras preciosas es particularmente interesante el soneto 402 del tomo LXIX, que coincide en ideas y palabras con un pasaje de Zahurdas, pág. 120.)

Como Marcial, consagra algunas piececillas a la embriaguez, y, como él también, dirige sus burlas más picantes a una mujer. La canción en que Celebra la pureza de una dama vinosa (II, 24) está llena de donaire; véanse algunos versos: [p. 53]

Dichosos tus galanes,
aunque de amor por ti penando mueran;
que, si piedad no esperan,
un no pequeño alivio a sus afanes
no han de negar que gozan placenteros,
pues te ven la mitad del año en cueros.
Si a San Martín pidieras
caridad, cual su pobre fue afligido,
de todo su vestido
bien sé yo para mi que tú escogieras,
aunque tus propias carnes vieras rotas,
no la capa partida, mas las botas…

Señálense asimismo el romance Los borrachos (III, 136), la Letrilla burlesca en que el mosquito hace a la rana una burlesca apología del vino (LXIX, 331), etc.

Otra variante del tema satírico inspirado en el dinero es la mofa de los que adulan al que lo posee. En la literatura latina aparece con frecuencia el tipo del captador de herencias. Los ricos sin hijos se nos muestran siempre cortejados por un círculo de personas, de alta posición social a veces, que se disputan la sucesión de sus bienes con tanta indignidad como tesón, mediante regalos y oficiosidades. Ni uno sólo de los satíricos deja de aludir a esta costumbre, sin duda muy extendida. Véanse algunos ejemplos. Horacio (Sát., II, 5) describe esos artificios en forma de consejos que da Tiresias a Ulises para rehacer su fortuna al volver empobrecido a Itaca. Dícele así:

Quando pauperiem missis ambagibus horres,
accipe qua ratione queas ditescere. Turdus
siue aliud priuum dabitur tibi, deuolet illuc,
res ubi magna nitet domino sene; dulcia poma
et quoscumque feret cultos tibi fundus honores,
ante Larem gustet uenerabilior Lare diues.
Qui quamuis periurus erit, sine gente, cruentus
sanguine fraterno, fugitiuus, ne tamen illi
tu comes exterior, si postulet, ire recuses.

(versos 9-17)

Juvenal cita ya en la sátira I, como medios frecuentes de captar herencias, el trato de viejas ricas lascivas y el falseamiento [p. 54] de los testamentos mismos; en la III se lamenta así Umbricio:

Quod porro officium, ne nobis blandiar, aut quod
pauperis hic meritum, si curet nocte togatus
currere, cum praetor lictorem impellat et ire
praecipitem iubeat dudum uigilantibus orbis,
ne prior Albinam et Modiam collega salutet?

(versos 126-130)

Finalmente, desarrolla completamente el asunto en XII, 93-130, donde proclama cuán raro es honrar y obsequiar a alguno sin la escondida intención de heredarle; pues por conseguir esto, ¿qué no se promete?: hasta una hija se sacrificará.

Persio no trata directamente de la captación. Alude, sí, al asunto —más festivamente que de ordinario— fingiendo dialogar con un heredero que protesta de la merma que con sus gastos va a hacer en la herencia (VI, 33-74).

Petronio acaba el Satiricón trasladando a sus personajes a Crotona, donde explotan tal medio de vida, que estaba allí en gran florecimiento.

De Marcial —de quien pueden citarse además los epigramas IV, 56; V, 18, 39 y 81; VI, 63; VIII, 27, y X, 8—, véase éste, como muestra, elegido por su brevedad (IX, 9):

Nil tibi legauit Fabius, Bithynice, cui tu
annua, si memini, millia sena dabas.
Plus nulli dedit ille: queri, Bithynice, noli:
annua legauit millia sena tibi.

Forma especial de adulación al rico, a que aluden los latinos, es la de regalos en dinero y en especie cuando sus viviendas se incendiaban. Véanse Juvenal (III, 198-222) y Marcial (III, 52).

A este último poeta sigue preferentemente Quevedo al tratar el tema de la adulación, si bien se separa igualmente de todos al no satirizar directamente la captación de herencias.13 Puede [p. 55] apuntarse como lo más cercano su soneto El pobre cuando da, pide más que cuando pide (III, 38), inspirado especialmente en el epigrama V, 18, de Marcial, del que toma la idea general y traduce libremente los dos últimos versos:

Si lo que ofrece el pobre al poderoso,
Licas, a logro es don interesado,
pues da por recibir, menos cuidado
pedigüeño dará que dadivoso.

Yo, que mendigo soy, mas no ambicioso,
apenas de mi sombra acompañado,
con lo que no te doy he disculpado
en mi necesidad lo cauteloso.

Pues que tu hacienda a mi caudal excede,
deja que el ruego tu socorro cobre,
por quien mi desnudez sola intercede.

No aguardes que mañosa ofrenda obre,
pues sólo con no dar al rico puede
ser con el rico liberal el pobre.

También recuerda en el espíritu a Marcial (VI, 63) en un pasaje del Entremetido (XXIII, 369), donde pondera el deseo de que muera aquel cuya herencia se espera, por lo que aconseja con mucho gracejo que se dejen en el testamento, no bienes, sino castigos, maldiciones, etc. En Hora (110-113) retrata, con donaire algo caricaturesco, la adulación de convidados agradecidos.

Otra modalidad del motivo satírico del dinero: la burla del «nuevo rico», tan en boga actualmente, y con numerosos precedentes en la antigua literatura. Horacio tiene (Epodos, 4) una vehemente diatriba contra un enriquecido de baja estofa; de su tono darán idea estos versos del principio:

Lupis et agnis quanta sortito obtigit,
   tecum mihi discordiast,
hibericis peruste funibus latus,
   et crura dura compede.
Licet superbus ambules pecunia,
   fortuna non mutat genus…

En Sátiras, II, 8, se burla de Nasidieno, que en un banquete que dio a sus amigos, donosamente referido por Horacio, fue ponderando como únicos cada uno de los manjares servidos, [p. 56] señal inequívoca, aunque el poeta no nos lo advierte, de rico reciente.

También Juvenal aplica sangrientos sarcasmos a esta clase. La opulencia alcanzada por su barbero es citada entre las causas que, excitando su indignación, le movieron a escribir sátiras (I, 22-25), así como el encumbramiento del egipcio Crispín (I, 26-30), hechos ambos a que alude nuevamente en sus composiciones.14 Entre otros rasgos con que pinta la superioridad que adquieren los enriquecidos sobre los nobles y los magistrados, véase esta escena de una espórtula (se trata de un libertino que disputa la prioridad a un pretor):

                             […] «Prior, inquit, ego adsum.
Cur timeam dubitemue locum defendere, quamuis
natus ad Euphraten, molles quod in aure fenestrae
arguerint, licet ipse negem. Sed quinque tabernae
quadringenta parant. Quid confert purpura maior
optandum, si Laurenti custodit in agro
conductas Coruinus oues, ego possideo plus
Pallante et Licinis?» Expectent ergo tribuni,
uincant diuitiae, sacro ne cedat honori
nuper in hanc urbem pedibus qui uenerat albis…

(I, versos 102-111)

Petronio nos ha legado en su Trimalción un tipo de «nuevo rico» maravillosamente retratado (Sat., caps. XXVII-LXXVIII), y en la misma clase deben incluirse los anfitriones jactanciosos que describe Marcial en sus reseñas de fastuosos festines. Véase también este epigrama (IX, 73):

Dentibus antiquas solitus producere pelles,
   et mordere luto putre uetusque solum,
Praenestina tenes defuncti rura patroni,
   in quibus indignor si tibi cella fuit.
Rumpis et ardenti madidus crystalla Falerno,
   et pruris domini cum Ganymede tui.
At me litterulas stulti docuere parentes:
   Quid cum grammaticis rhetoribusque mihi? [p. 57]
Frange leues calamos et scinde, Thalia, libellos,
   si dare sutori calceus ista potest.

Quevedo se inspira en una breve pero expresiva alusión de Juvenal a un orondo personaje (I, 30-33) para hacer este soneto A la violenta y injusta prosperidad (III, Pol., 26):

Ya llena de sí solo la litera
Matón, que apenas anteayer hacía
(flaco y magro malsín) sombra, y cabía,
sobrando sitio, en una ratonera.

Hoy, mal introducida con la esfera
su casa, al sol los pasos le desvía,
y es tropezón de estrellas; y, algún día,
si fuera más capaz, pocilga fuera.

Cuando a todos pidió le conocimos;
no nos conoce cuando a todos toma;
y hoy dejamos de ser lo que ayer dimos.

Sóbrale tanto cuanto falta a Roma,
y no nos puede ver porque le vimos
lo que fué esconde; lo que usurpa asoma.15

Este tono acerbo es trocado por el festivo, más de su agrado, cuando no busca ajena inspiración. Así en estos versos del romance en que Describe operaciones del tiempo (LXIX, 532):

Quien ayer fué zutanillo
hoy el don fulano arrastra:
y quien era don fulano,
a las veces16 se arremanga.
Antes contaba sus penas
el que nació entre las malvas;
y ya apenas tiene manos
para contar lo que guarda.

Igualmente, la estrofa final de la letrilla Punto en boca (II, 11) y la segunda de otra de la colección de Janer (LXIX, 318). En Visita (237-238) se burla de los nuevos ricos que pierden neciamente lo antes logrado, al entrar en su nueva esfera:

Señor nigromántico —repliqué yo—, aunque esto es así, han dado [los ginoveses] en adolecer de caballeros en teniendo caudal, úntanse [p. 58] de señores y enferman de príncipes. Y con esto y los gastos y empréstitos se apolilla la mercancía y se viene todo a repartir en deudas y locuras. Y ordena el demonio que las p… vendan las rentas reales dellos, porque los engañan, los enferman, los enamoran, los roban, y después los hereda el Consejo de Hacienda…

De igual modo que los plebeyos enriquecidos, son satirizados los hidalgos reducidos a pobres, que sostienen la apariencia de bienestar económico con toda suerte de rebajamientos e indignidad. Los latinos nos presentan en sus obras infinitos «parásitos», que forman la corte de los ricos, en cuyas mesas soportan continuos oprobios. Juvenal, además de dedicar a tales gentes variadas alusiones aisladas, desarrolla el tema sin omitir detalle en la sátira V, totalmente consagrada a ello. El poeta no concibe que puedan sufrirse tales sonrojos; cree preferible el hambre o el desacomodado vivir del mendigo. Sin embargo, el cliente todo lo atropella en cuanto su rey

«Vna simus» ait. Votorum summa; quid ultra
quaeris? Habet Trebius propter quod rumpere somnum
debeat et ligulas dimittere, sollicitus ne
tota salutatrix iam turba peregerit orbem,
sideribus dubiis aut illo tempore quo se
frigida circumagunt pigri serraca Bootae.
Qualis cena tamen! […]

(versos 18-24)

Y a continuación enumera los ricos manjares y vinos que hermosos esclavos asiáticos van presentando al anfitrión, en tanto que horribles gétulos o negros mauritanos ofrecen a los convidados las más ruines bebidas y los alimentos menos atrayentes que pudieron encontrar. Toda la pieza está escrita con mucho brío y animación.

Marcial describe también en sus epigramas variadas escenas y tipos de «parásitos». En III, 60, relata una cena con las mismas diferencias de trato que en la de Juvenal; en II, II, 14 y 27, pondera la tristeza de Selio cuando tiene que cenar en su casa y los pasos y tentativas con que trata de evitarlo otras veces; en IV, 85, cuenta que el anfitrión bebe en vaso [p. 59] murrino y el convidado en vaso de vidrio, sin duda para que su opacidad impida notar la diferencia de vinos; en VII, 20, se burla de Santra, que tras comer opíparamente en casa ajena, se lleva lo que puede para venderlo; en VIII, 67, de Ceciliano, que acude a una cena con tal anticipación, que aún no hay nada dispuesto, etc.

Quevedo, en el soneto en que Describe la vida miserable de los palacios… (III, Pol., 55), recuerda el espíritu de la citada sátira V de Juvenal, traduciendo además los versos 51-54 de la III para formar los tercetos:

Para entrar en palacio, las afrentas,
¡oh Licino!, son grandes, y mayores
las que dentro conservan los favores
y las dichas mentidas y violentas.

Los puestos en que juzgas que te aumentas
menos gustos producen que temores,
y, vendido al desdén de los señores,
pocas horas de vida y de paz cuentas.

No te queda deudor de beneficio
quien te comunicare cosa honesta;
y sólo alcanzarás puesto y oficio

de quien su iniquidad te manifiesta;
a quien, cuando quisieres, de algún vicio
pudieres acusarle sin respuesta.

En el Buscón (142-197) hace una regocijante pintura de individuos que viven míseramente, pero con brillante apariencia. Véase lo que, entre otras cosas, dice uno de este género de vida:

Somos susto de los banquetes, polilla de los bodegones y convidados por fuerza; sustentámonos así del aire, y andamos contentos. Somos gentes que comemos un puerro y representamos un capón uno entrará a visitarnos en nuestras casas y hallará nuestros aposentos llenos de güesos de carnero y aves, mondaduras de frutas, la puerta embarazada con plumas y pellejos de gazapos; todo lo cual cogemos de parte de noche por el pueblo para honrarnos con ello de día. Reñimos en entrando al huésped: «—¿Es posible que no he de ser yo poderoso para que barra esa moza? —Perdone v. m., que han comido aquí unos amigos, y esos criados…», etc. Quien no nos conoce cree que es así y pasa por convite [p. 60].

También en la Hora (88) habla de un hidalgo que «estaba disimulando ganas de comer, con el estómago de rebozo, acechando unas tajadas que so el poder de otras rechinaban», y en El mundo (21-22) combate con más energía la obstinación de los caballeros pobres en no «medirse con su hacienda». El «D. Diego de Noche» que nos presenta en la Visita (269-274 y 286-287) es de mayor semejanza con los «parásitos» clásicos.

Gran parentesco tiene con este tema satírico el del abolengo, que es ridiculizado cuando excita en demasía la vanidad o cuando a él no responden las acciones de los nobles. Horacio (Sát., I, 6) toma pretexto de la llaneza que, a pesar de su alta alcurnia, muestra Mecenas, para censurar a los que dan al linaje más valor del que tiene: él, hijo de un liberto, no cambiaría su vida, sus costumbres, su moralidad, por las de un noble. El poeta lo agradece aquí a su padre, que, no obstante su humilde extracción, supo encaminar con acierto los primeros pasos del hijo.

Juvenal, tras una condenación del orgullo de los aristócratas en su sátira VI (versos 161-183), consagra al tema toda la VIII. En ella fustiga diversos tipos de nobles: los jugadores, ambiciosos, etc.; los que desdeñan, sin mérito propio, a los plebeyos, capaces de ser más que ellos: buenos abogados, valientes guerreros…; los que se conducen despóticamente como gobernadores o jueces; los que hacen, indignamente, oficio de cocheros, o frecuentan inmundas tabernas, o apelan, para rehacer su fortuna disipada, a las viles profesiones de comediante, gladiador, etc.; últimamente, pone en parangón al aristócrata Catilina con personas de humilde origen, que merecieron bien de la patria por sus servicios. El tono y el pensamiento del satírico pueden apreciarse en estos versos iniciales:

Stemmata quid faciunt, quid prodest, Pontice, longo
sanguine censeri, pistos ostendere uultos
maiorum et stantis in curribus Aemilianos
et Curios iam dimidios umerosque minorem
Coruinum et Galbam auriculis nasoque carentem, [p. 61]
quis fructus, generis tabula iactare capaci
Coruinum, posthac multa contingere uirga
fumosos equitum sum dictatore magistros,
si coram Lepidis male uiuitur?…

Este tema es del agrado de Quevedo, a pesar de su propia posición social. Lo trató seriamente, entre otros lugares, en una de sus cartas a Parra, la CXI de la serie publicada (XLVIII, 588), donde se encuentran muchos recuerdos juvenalianos. Éstos se acentúan en un pasaje de las Zahurdas (120-122), donde hay frases del satírico latino; véase, por ejemplo, este trozo, inspirado en los versos 19-27 de la composición citada:

—Acabaos de desengañar —[dice un diablo a un hidalgo infatuado con su abolengo]—, que el que desciende del Cid, de Bernardo y de Gofredo, y no es como ellos, sino vicioso como vos, ese tal más destruye el linaje que lo hereda. Toda la sangre, hidalguillo, es colorada. Parecedlo en las costumbres y entonces creeré que descendéis del docto, cuando lo fuéredes o procuráredes serlo, y si no, vuestra nobleza será mentira breve en cuanto durare la vida… Reímonos aquí de ver lo que ultrajáis a los villanos, moros y judíos, como si en éstos no cupieran las virtudes, que vosotros despreciáis.

También en la Epístola censoria dispara a los nobles aisladas saetas, que recuerdan frecuentemente los pensamientos de la sátira citada:

Las descendencias gastan muchos godos;
todos blasonan, nadie los imita,
y no son sucesores, sino apodos…

Hoy desprecia el honor al que trabaja,
y entonces fué el trabajo ejecutoria,
y el vicio graduó la gente baja…

¡Qué cosa es ver un infanzón de España
abreviado en la silla a la jineta,
y gastar un caballo en una caña!…

Pueden verse también sobre el mismo asunto el soneto en que Aconseja a un amigo… (III, Pol., 37), el que lleva por epígrafe Título crepúsculo… (LXIX, 439), etc.

En algunos lugares, ocupándose Quevedo de la honra, parece reaccionar contra la susceptibilidad del honor en la España [p. 62] de su tiempo.17 Oigamos a un diablo, cuyas palabras parecen a nuestro satírico muy propias del Infierno, «donde, por atormentar a los hombres con amarguras, les dicen las verdades»:

Pues ¿qué diré de la honra mundana? Que más tiranías hace en el mundo y más daños y la que más gustos estorba. Muere de hambre un caballero pobre, no tiene con qué vestirse, ándase roto y remendado, o da en ladrón, y no lo pide, porque dice que tiene honra; ni quiere servir, porque dice que es deshonra… Por la honra, mata un hombre a otro. Por la honra, gastan todos más de lo que tienen… Y porque veáis cuáles sois los hombres desgraciados y cuán a peligro tenéis lo que más estimáis, hase de advertir que las cosas de más valor en vosotros son la honra, la vida y la hacienda. La honra está en arbitrio de las mujeres; la vida, en mano de los doctores, y la hacienda en las plumas de los escribanos.

(Zahurdas, 123-124)

Análogas ideas expresa en la Visita (238-240). En una de sus cartas a Parra (XC, tomo XLVIII, 571-585), al justificarse de no responder a las inculpaciones de sus enemigos, discurre sobre la honra mundana muy hondamente, en términos que concuerdan con el sentido de sus burlas.

[p. 113] Otro tema copiosísimo de la sátira es el de la condenación o ridiculización de la mujer. La censura se dirige unas veces a la mujer como tal: otras —las más—, a determinados estados y defectos, no esencialmente femeninos. El primero de estos dos tipos de invectiva es raro en la literatura latina; el propio Juvenal, que consagra a las mujeres de su tiempo la más extensa de sus sátiras (la VI, con cerca de 700 hexámetros), lo hace sólo desde un punto de vista antimatrimonial, fijándose así especialmente en la mujer casada. (Sin embargo, la enorme acumulación de defectos femeninos que realiza no puede mantenerse en los límites de tal estado civil, y varios de ellos corresponden a la misoginia en general).

En Quevedo sí se encuentran bastantes ataques a la mujer, sin limitación a un tipo especial, haciéndolo de ordinario en tono burlesco. Además de las abundantes diatribas contra la preponderancia de su ambición sobre el puro amor, citadas en páginas anteriores, he aquí algunos ejemplos: En el soneto en que Reprende en la araña a las doncellas (LXIX, 419), las moteja de que no imitan a aquélla «en no salir jamás de su agujero, y en estar siempre hilando», sino en su veneno, [p. 114] y «luego tras nuestra mosca se disparan». En el número 794 del mismo, muestra la Necedad en fiar los secretos a oídos mujeriles; en el 803, tras la enumeración de propiedades de sus diversas edades, concluye que «Niña, moza, mujer, vieja, hechicera, / bruja y santera, se la lleva el diablo». En el 805, afirma, por boca de la propia dama, «Que la mujer no quiere, mala o buena, / hasta veros cercanos a la muerte». Proclama en el 807 su fragilidad, y resume los Inconvenientes de las mujeres (núm. 813) de este modo:

Muy buena es la mujer si no tuviese
ojos con que llevar tras sí la gente,
si no tuviese lengua maldiciente,
si a las galas y afeites no se diese.

Si las manos ocultas las tuviese,
y los pies en cadenas juntamente,
y el corazón colgado de la frente,
que en sospechando el mal se le entendiese.

Muy buena, si despierta de sentido;
muy buena, si está sana de locura;
buena es con el gesto, no raída.

Poco ofende encerrada en cueva oscura,
mas para mayor gloria del marido
es buena cuando está en la sepultura.

En prosa las satiriza también con mucho donaire en el Alguacil (82-83), Visita (254), Premáticas y aranceles generales (XXIII, 442), Libro de todas las cosas (XXIII, 480), etc.

Las invectivas que con más frecuencia son lanzadas a la mujer se refieren a su liviandad, y especialmente a su adulterio, tema que con el de la tolerancia de los maridos y la consiguiente condenación del matrimonio, ocupan una gran parte de la sátira de todos los tiempos. Los tres temas serán considerados juntamente, en gracia de la brevedad, en cada uno de nuestros poetas.

Horacio, sin indignarse demasiado contra el adulterio, compara simplemente (Sát., I, 2) el trato con prostitutas y la relación con matronas, que considera más peligrosa, y con el inconveniente, también, de que hay que escogerlas más a ciegas, por no mostrar tan liberalmente su cuerpo como las heteras. [p. 115] (Cfr. el romance de Quevedo titulado Quejas de una cortesana viéndose ociosa, LXIX, 504). Más vehementemente censura otra manifestación de liviandad: la lascivia de las viejas, sobre la cual versan su oda III, 15, y épodos 8 y 12, de contenido bastante inmundo.18

Juvenal, como es sabido, compuso o fingió componer la sátira VI para disuadir a su amigo Póstumo del matrimonio, cuyos riesgos exagera pintorescamente:

…uiderunt primos argentea saecula moechos.
Conuentum tamen et pactum et sponsalia nostra
tempestate paras, iamque a tonsore magistro
pecteris, et digito pignus fortasse dedisti.
Certe sanus eras. Vxorem, Postume, ducis?
Dic, qua Tisiphone, quibus exagitare colubris?
Ferre potes dominam saluis tot restibus ullam,
cum pateant altae caligantesque fenestrae,
cum tibi uicinum se praebeat Aemilius pons?

(versos 24-32)

Toda la composición es un tejido de vehementes ataques a la mujer, dirigidos a mostrar la imposibilidad de hallarla buena; y así van desfilando ante nuestros ojos: la hembra lasciva, imposible de satisfacerse con un marido (ocios illud extorquebis, ut haec oculo contenta sit uno), la novelera, la que se pinta el rostro, la presumida, la bachillera, la supersticiosa, la estéril voluntaria, la suplantadora con hijos falsos, la que enloquece con filtros al marido, la que mata a mansalva a los hijastros, etc. Algunas de estas faltas las considera parua quidam, sed non toleranda maritis; más adelante habrá ocasión de referirse a varias de ellas especialmente. A veces personaliza el satírico, como al referir la fuga de Epia, esposa de un senador, en compañía de un gladiador burlescamente descrito, [p. 116] y las escapatorias nocturnas de la emperatriz Mesalina, cuyo pasaje va a continuación, para que pueda apreciarse cómo usó de él Quevedo en Los riesgos del matrimonio:

Dormire uirum cum senserat uxor,
ausa Palatino tegetem praeferre cubili,
sumere nocturnos meretrix Augusta cucullos
linquebat convite ancilla non amplius una.
Sed nigrum flauo crinem abscondere galero
intrauit calidum ueteri centone lupanar
et cellam uacuam atque suam; tunc nuda papillis
prostitit auratis titulum mentita Lyciscae
ostenditque tuum, generose Britannice, uentrem.
Excepit blanda intrantis atque aera poposcit;
mox lenone suas iam dimittente puellas
tristis abit, et quod potuit tamen ultima cellam
clausit, adhuc ardens rigidae tentigine uoluae,
et lassata uiris necdum satiata recessit,
obscurisque genis turpis fumoque lucernae
foeda lupanaris tulit ad puluinar adorem.

(versos 116-132)

Refiérese asimismo al adulterio en la sátira IX (versos 70-89), en que habla con harto desenfado del auxilio que se procuraban maridos indignos para gozar de los derechos adscritos a un número determinado de hijos; en la XIV (versos 25-30), etc. Este tema del marido tolerante lo expone concisamente con más fortuna en la sátira I (versos 56-57), donde le llama «…doctus spectare lacunar, / doctus et ad calicem uigilanti stertere naso».

Marcial lanza también donosas invectivas contra el matrimonio; por ejemplo, los epigramas I, 24; I, 84; X, 81, etc. Véase el primero:

Aspicis incomptis illum, Deciane, capillis,
   cuius et ipse times triste supercilium;
qui loquitur Curios, assertoresque Camillos?
   Nolito fronti credere, nupsit heri.

Sobre adulterio y tolerancia versan un gran número de epigramas suyos, que tratan de ordinario el asunto, no con la indignación juvenaliana, sino con ligereza y gracejo. Así, reprocha a Lesbia que, siendo adúltera a los ojos de todos, se [p. 117] exponga a dejarse sorprender (I, 34, imitado por Quevedo en el soneto II, 18); refiere que Levina «vino Penélope» a Bayas y «marchó Helena» (I, 62); que la mujer de Ceciliano sólo fue cortejada desde que se casó (I, 73); que la de Galo, aunque con fama de avara, no siempre recibe, sino que se da (II, 56); que Cándido posee él solo su dinero, su ingenio, etc., pero comparte con todos su mujer (III, 26), etc. Es muy ingenioso el V, 61, que no inserto por extenso; resumido es así: ¿Qué hace ese barbilindo siempre con tu mujer? —Desempeña sus negocios. —¡Tonto!, yo creo que los que desempeña son los tuyos. He aquí el XII, 102, utilizado también por Quevedo (II, 71, estrofas 18-19):

Thura, piper, uestes, argentum, pallia, gemmas
   uendere, Milo, soles, cum quibus emptor abit.
Coniugis utilior merx est, quae, uendita saepe,
   uendentem nunquam deserit, aut minuit.19

Con tales precedentes de sus autores predilectos, y la aversión del propio Quevedo al matrimonio20 puede calcularse el partido que de estos temas sacó su ingenio. Marcial había expresado en un epigrama (I, 57) qué clase de mujeres le agradaban. Asimismo Quevedo, en una carta a la condesa de Olivares (LXXVII de la serie publicada en el tomo XLVIII, 555-557) expone entre burlas y veras el tipo femenino que prefiere. En las Adiciones a los Remedios de cualquier fortuna, de Séneca (tomo XLVIII, 379), se hallan frases que parecen contradecirse; así, «Muchas mujeres hay buenas; si las sabes buscar, hallaráslas», y poco después: «Tuviste lo que todos desean, y lo que pocos alcanzan», con otras semejantes. En las obras satíricas no vacila, continuando fielmente [p. 118] la tradición de los latinos; considera el matrimonio —que llama en una de sus piezas «la extremaunción de las pedidoras»— como desgracia que hay que evitar a toda costa. La composición más considerable en que lo trata es la titulada Riesgos del matrimonio en los ruines casados (II, 71), llena de recuerdos latinos; he aquí algunos pasajes de los que más claramente los contienen:

Dime: ¿por qué, con modo tan extraño,
procuras mi deshonra y desventura,
tratando fiero de casarme hogaño?

Antes para mi entierro venga el cura
que para desposarme; antes me velen
por vecino a la muerte y sepoltura.

Los siempre condenados mercaderes
mujeres toman ya por granjería,
como toman agujas y alfileres.

Dicen que es la mejor mercadería,
porque la venden y se queda en casa,
y lo demás vendido se desvía.

Dirásme tú que hay muchas principales,
y que hay rosa también donde hay espina;
que no a todas las vencen cuatro reales.

En Claudio te responde Mesalina,
mujer de un grande emperador de Roma;
que al adulterio la mejor se inclina.

¿Cuándo insolencia tal hubo en Sodoma,
que en viendo al claro Emperador dormido,
cuyo poder el mundo rige y doma,

la emperatriz, tomando otro vestido,
se fuese a la caliente mancebía,
con el nombre y el hábito fingido?

Y, en entrando, los pechos descubría,
y al deleite lascivo se guisaba,
ansí, que a las demás empobrecía.

El precio infame y vil regateaba,
hasta que el taita de las hienas brutas
a recoger el címbalo tocaba.

Todas las celdas y asquerosas grutas
cerraban antes que ella su aposento,
siempre con apariencia disolutas. [p. 119]

Hecho había arrepentir a más de ciento,
cuando cansada se iba, mas no harta,
del adúltero y sucio movimiento…

El mismo motivo se repite a menudo con variantes; citemos el soneto titulado Hastío de un casado al tercer día (LXIX, 365); el romance (LXIX, 540) que empieza:

Orfeo por su mujer
cuentan que bajó al infierno,
y por su mujer no pudo
bajar a otra parte Orfeo…21

Las composiciones números 775, 780 y 814 del mismo tomo LXIX; en prosa, Visita (239-240 y 255-257), Hora (90-91), Premáticas (442), Cartas del caballero de la Tenaza (458, números XX y XXII), Capitulaciones matrimoniales, etc.

Al igual de Juvenal, que había atacado (VI, 231-241; XIV, 25-30) a la madre de la esposa —como causa permanente de discordia (desperanda tibi salua concordia socru) y como preceptora de despilfarro y de adulterio—, Quevedo ridiculiza a las suegras en algunas piezas. A su propensión a la riña, apuntada por Juvenal, alude en esta estrofa de una jácara (LXIX, 339):

Matadores como triunfos,
gente de la vida osca,
más pendencieros que suegras,
más habladores que monjas.

Aquí corresponde también el soneto titulado Peligros de ser gobernado por suegra (LXIX, 806) y, sobre todo, el romance Padre Adán, no llores duelos (LXIX, 469), de que darán idea estos versos:

Si Eva tuviera madre
como tuvo a Satanás,
comiérase el Paraíso,
no de un pero la mitad.
Las culebras mucho saben;
mas una suegra infernal
más sabe que las culebras,
así lo dice el refrán.
Llegaos a que aconsejara
madre deste temporal,
comer un bocado sólo,
aunque fuera rejalgar.
Consejo fué del demonio
que anda en ayunas lo más,
que las madres, de un almuerzo
la tierra engullen y el mar… [p. 120]

Sobre el adulterio tiene multitud de pasajes y piezas enteras. Además de la citada de los Riesgos, pueden señalarse el soneto II, 18, inspirado en el ya citado epigrama I, 34, de Marcial; en el volumen LXIX, las letrillas satíricas 308 y 316, los sonetos 368 y 810, el romance 504, etc. Pero su fuerte es la pintura del marido tolerante, que hace logro de su paciencia conyugal; sobre tal tema acumuló Quevedo tantas y tan chispeantes composiciones, que es difícil elegir una que dé mejor idea que las demás de su ironía y mordacidad. Escojo, el principio de la Carta de un cornudo a otro, intitulada el Siglo del cuerno (XXIII, 470-471):

Siempre fuí, señor licenciado, de opinión que a los hombres que se casan los habían de llevar a la iglesia con campanillas delante, como a los ahorcados, pidiendo por el ánima del que sacan ajusticiar, y habían de llevar cristo delante y teatinos que los animasen. Mas después que he visto esta materia de los maridos cuán en su punto está, soy de parecer que es el mejor oficio que hay en la república, teniendo por acompañado el ser cornudo. Gracias a Dios, que nos ha dejado ver tiempo en que es calidad; y estoy sentido y aun avergonzado de parte de los que son, por haber sabido que v. m. anda escondiéndose, como afrentado de serlo. No me espanto, que agora es v. m. cornicantano, como misacantano, y realmente se hallará atajado; aunque se librará con los besamanos y el ofrecerse: v. m. se hará a las armas, como todos, y se comerá las manos tras ello. Por estas yerbas cumplo veinte y siete años y siete días de cornudo, y le prometo a v. m. que, mediante Dios, me ha dado mil vidas… Dichoso v. m. que es cornudo solo en ese lugar, donde es fuerza que todos acudan; y no aquí, que nos quitamos la ganancia los unos a los otros, tanto que si no se hace saca de cornudos para otra parte, se ha de perder el lugar… Que es oficio que si anduviera el mundo como había de andar, se habla de llevar por oposición como cátreda y darse al más suficiente; por lo menos no había de poder ser cornudo ninguno que no tuviese su carta de examen, aprobada por los protocornudos y amurcones generales…

Pueden verse también sobre este tema: El Unicornio (II, 94), los romances Doctrina de marido paciente y Marido que busca comodo (III, 151 y 152); en el tomo LXIX, los sonetos 403, 404 y 438; los romances 495, 531 y 535, etc. En prosa, Buscón (243-244), Visita (295-298), Capitulaciones de la vida de la corte (465, números IX-XII), etc. Quevedo en este tema coincide en el donaire y desenfado con Marcial, pero no [p. 121] se ajusta a seguirle, y mucho menos a los demás satíricos latinos.

Uno de los defectos femeninos ridiculizados más felizmente por Juvenal es la pedantería (Sát., VI, 434-456). Tras de pintar el prurito de exponer su opinión en asuntos literarios —imponiéndola a gritos sobre los demás conversadores— y demostrar su antipatía por las que alardean de sus conocimientos gramaticales, el poeta termina con esta exclamación: «Soloecismum liceat fecisse marito!».

Quevedo cultiva el tema, pero sin inspirarse directamente en Juvenal. Pueden verse: el romance en que Burla de los eruditos de embeleco que enamoran a feas cultas (III, 158); un pasaje del Buscón (pág. 219), en que resume las mismas ideas22 La culta latiniparla (XLVIII, 418-422), en que la intervención femenina parece sólo un pretexto para zaherir a los culteranos, etc.

Como la pedantería, se ridiculizan en la mujer todas las aficiones masculinas, del mismo modo que la afeminación de los varones, obteniéndose a poca costa de su contraste efectos de gran comicidad. Tal trueque de gustos y caracteres es lo primero que le viene a las mientes a Juvenal cuando se propone reflejar la relajación de la sociedad romana:

Cum tener uxorem ducat spado, Meuia Tuscum
figat aprum et nuda teneat uenabula mamma…
difficile est saturam non scribere…

(I, versos 22-23 y 30)

En la sátira II protesta (versos 65-81) contra el uso por los magistrados de vestidos vistosos y transparentes, propios de cortesanas; en la VI escarnece a las mujeres amigas de pleitos (versos 242-245), aficionadas a deportes (versos 246-267), [p. 122] etc. La depravación de los hombres de gustos monstruosos la refleja de continuo.

Marcial, aparte de sus frecuentes alusiones a esto último, se burla a veces de otros géneros menos graves de afeminamiento. En el epigrama III, 63, pinta de mano maestra un «lindo», tipo acabado del pisaverde de todos los tiempos:

—Cotile, bellus homo es: dicunt hoc, Cotile, multi.
   Audio: sed quid sit, dic mihi, bellus homo.
—Bellus homo est, flexos qui digerit ordine crines,
   balsama qui semper, cinnama semper olet;
cantica qui Nili, qui Gaditana susurrat;
   qui mouet in uarios brachia uolsa modos;
inter femineas tota qui luce cathedras
   desidet atque aliqua semper in aure sonat,
qui legit hinc illinc missas scribitque tabellas;
   pallia uicini qui refugit cubiti;
qui scit, quam quis amet, qui per conuiuia currit,
   Hirpini ueteres qui bene nouit auos.
—Quid narras? hoc est, hoc est homo, Cotile, bellus?
   Res pertricosa est, Cotile, bellus homo.

Pueden verse también el II, 12, en que censura a Póstumo porque siempre huele bien; el II, 16, en que se mofa de un vanidoso que se finge enfermo para lucir el lujo de su lecho; el VI, 59, en que ridiculiza a Báccara, que deseaba el frío para ostentar sus numerosas capas, etc.

Quevedo, como Marcial, satiriza más el afeminamiento de los varones que la masculinidad de las mujeres. Hombre de gustos sencillos en el vestir23 le sorprende desagradablemente [p. 123] la afectación y atildamiento en tal punto, reflejándolo así en sus burlas, que suele combinar con las que aplica a los alardes de abolengo. Así, en Calaveras (48):

Vino un caballero tan derecho, que, al parecer, quería competir con la misma justicia que le aguardaba. Hizo muchas reverencias a todos y con la mano una ceremonia, usada de los que beben en charco. Traía un cuello tan grande que no se le echaba de ver si tenía cabeza. Preguntóle un portero, de parte de Júpiter, si era hombre. Y él respondió con grandes cortesías que sí y que por más señas se llamaba D. Fulano, a fe de caballero. Rióse un ministro y dijo:

—De codicia es el mancebo para el infierno… Y fué remitido a los verdugos para que le moliesen, y él sólo reparó en que le ajarían el cuello.

Tiene un rasgo parecido en las Zahurdas (125-126), donde preguntado uno de los tales por los diablos qué había menester, dijo al punto: «¡Besóos las manos! Un molde para repasar el cuello». La pintura que hace de los «lindos» en las Capitulaciones de la vida de la corte (460-461), recuerda mucho al epigrama inserto de Marcial, que probablemente no tuvo, empero, presente al escribirla.24 En el romance Los borrachos (III, 136) tiene estrofas en que se ofrece el contraste con las mujeres hombrunas:

¡Que es ver tantas cuchilladas
agora en un caballero;
tanta pendencia en las calzas
y tanta paz en el dueño!
Todo se ha trocado ya;
todo al revés está vuelto:
las mujeres son soldados
y los hombres son doncellos.
Los mozos traen cadenitas;
las niñas toman acero;
que de las antiguas armas
sólo conservan los petos…

Estrecho parentesco con este tema satírico tiene el de la ridiculización de los defectos corporales y de los afeites, que [p. 124] en la literatura latina corre principalmente a cargo de Marcial. Sin embargo, también Juvenal combate con su habitual apasionamiento los artificios de tocador de las mujeres, las cuales, en su natural fealdad ante los maridos, adoban su cuerpo entero para las entrevistas con los amantes (VI, 456-511).

Marcial, con más tendencia a los efectos cómicos, derrocha su ingenio en realzar lo ridículo de ciertos defectos o de los intentos hechos para encubrirlos; por ejemplo, la falta de dientes (I, 19; II, 41; V, 43), la tos (I, 10), la fetidez de aliento (II, I5), el aspecto del patizambo (II, 35), deformidad general del cuerpo (III, 3), cabellos teñidos o postizos (III, 43; IV, 36; VI, 12 y 57; X, 83; XII, 7), exceso de barba (VII, 83), estatura desmedida (VIII, 60), etc. He aquí tres de poca extensión para dar idea de su manera:

Si memini, fuerant tibi quattuor, Aelia, dentes:
   expulit una duos tussis et una duos.
Iam secura potes totis tussire diebus:
   nil istic quod agat tertia tussis habet.

(I, 19)

Cum sint crura tibi simulent quae cornua lunae,
in rhytio poteras, Phoebe, lauare pedes.

(II, 35)

Mentiris fictos unguento, Phoebe, capillos
   et tegitur pictis sordida calua comis.
Tonsorem capiti non est adhibere necesse:
   radere te melius spongea, Phoebe, potest.

(VI, 57)

El epigrama X, 83, algo extenso para insertarlo, lo acaba con este verso ingenioso: «Caluo turpius est nihil comato».

Sobre los defectos físicos, dice Quevedo (Capitulaciones de la vida de la corte, pág. 460): «Tengo por cierto que pocos [hombres] se reservan de figuras, unos por naturaleza y otros por arte. Los naturales son los enanos, agigantados, contrahechos, calvos, corcovados, zambos y otros que tienen defetos corporales, a los cuales fuera inhumanidad y mal uso de razón censurar ni vituperar, pues no adquirieron ni compraron su deformidad; [p. 125] exceptuando a los que de sus defetos hacen oficio, como en la corte se usa…». Sin embargo, derrama, como Marcial, su juguetona frivolidad a manos llenas a costa de las tales deformidades. Búrlase, al igual de aquél, de los desdentados (LXIX, 374; cfr. el soneto 421 del mismo volumen), los calvos (III, 140; LXIX, 316, 375 y 376), los de excesiva estatura (LXIX, 459) y también de los flacos (II, 9; cfr. LXIX, 509, en que hace chacota de la delgadez de una yegua), de los pecosos (LXIX, 433), de los narigudos (LXIX, 361; véase la nota de González de Salas al pie de la página), de los romos (LXIX, 428, 429 y 455), etc. Los afeites son también por él satirizados: así, el afeite en general (LXIX, 370; Zahurdas de Plutón, págs. 137-138; El mundo por de dentro, páginas 45-48; Hora de todos, págs. 92-98 y 99-102; Capitulaciones matrimoniales, pág. 468; Libro de todas las cosas, páginas 479-480; etc.), pintura del rostro (II, 11; LXIX, 401, etc.), cabellos postizos y teñidos (II, 4; LXIX, 316, 405, 463, 516, etc.). Búrlase también de la moda de los vestidos en su tiempo; por ejemplo, en LXIX, 364.

En general, trata este tema con su gracejo peculiarísimo y original, sin que se advierta en las piezas y pasajes citados imitación de los latinos. Sin embargo, en el relato XII de la Hora (99-102) parece recordar la escena pintada por Juvenal en VI, 495-501; y, sin duda, tenía presente el epigrama III, 43, de Marcial, especialmente el verso Tam subito coruus, qui modo cygnus eras (tal vez también el VI, 57, ya inserto), al escribir esta estrofa de la letrilla II, 4:

Que el viejo que con destreza
se ilumina, tiñe y pinta,
eche borrones de tinta
al papel de su cabeza;
que enmiende a Naturaleza,
en sus locuras protervo;
que amanezca negro cuervo,
durmiendo blanca paloma,
con su pan se lo coma.

Juvenal, al incluir la longevidad entre las cosas que son indebidamente deseadas, hizo de la vejez una despiadada pintura, [p. 126] irreverentemente sarcástica (Sát., X, 188-239). Véanse como muestra estos versos:

Deformem et taetrum ante omnia uultum
dissimilemque sui, deformem pro cute pellem
pendentisque genas et talis aspice rugas
quales, umbriferos ubi pandit Thabraca saltus,
in uetula scalpit iam mater simia bucca...
Vna senum facies. Cum uoce trementia membra
et iam leue caput madidique infantia nasi,
frangendus misero gingiua panis inermi;
usque adeo grauis uxori natisque sibique,
ut captatori moueat fastidia Cosso.

(versos 191-195 y 198-202)

Este precedente es aislado en la sátira latina. Horacio sólo ridiculiza a la ancianidad en la lascivia extemporánea de las viejas, y Marcial, si se mofa de los ancianos de ambos sexos es cuando encubren su edad, como se ve en algunos de los epigramas recién citados o en éste (I, 100):

Mammas atque tatas habet Afra, sed ipsa tatarum
dici et mammarum maxima mamma potest.

En este último sentido no se cansa Quevedo de burlarse de las viejas. (Preséntalas donosamente a menudo quejándose de dolor de muelas, para hacer creer que las tienen.) Véanse en el tomo LXIX las composiciones números 360, 374, 397, 399, 417, 423, 462, 512, 513, 515, 640; en prosa, Alguacil (83); Zahurdas (130-131, en que el poeta pregunta a un diablo «dónde estaban los sodomitas, las viejas y los cornudos»); Hora (105-110); etc. Hay también chanzas especiales de las dueñas; por ejemplo, Visita (263-269); Mundo (34-37) Entremetido, pássim; etc. Véase cómo empieza el romance Comisión contra las viejas (II, 81):

Ya que a las cristianas nuevas
expelen sus majestades,
a la expulsión de las viejas
todo cristiano se halle.
Pantasmas acecinadas,
siglos que andáis por las calles,
muchachas de los finados
y calaveras fiambres;
doñas siglos de los siglos,
doñas vidas perdurables;
viejas (el diablo sea sordo),
salud y gracia [p. 127]

En Zahurdas (131) habla así un diablo:

De las viejas [ni querríamos saber], porque aun acá nos enfadan y atormentan, y, no hartas de vida, hay algunas que nos enamoran; muchas han venido acá muy arrugadas y canas y sin diente ni muela, y ninguna ha venido cansada de vivir. Y otra cosa más graciosa, que si os informáis dellas ninguna vieja hay en el infierno. Porque la que está calva y sin muelas, arrugada y lagañosa de pura edad y de puro vieja, dice que el cabello se le cayó de una enfermedad, que los dientes y muelas se le cayeron de comer dulce, que está jibada de un golpe. Y no confesará que son años, si pensara remozar por confesarlo.

Constituyen tema satírico muy copioso las diatribas contra diferentes profesiones y oficios. Juvenal (III, 21-40) ataca la especulación, condenando a toda clase de negociantes y contratistas, que por tal tráfico se enriquecen, en tanto que «artibus… honestis, nullus in Vrbe locus, nulla emolumenta laborum». En una censura tan general hay sin duda mucha parte de afectación, pues Juvenal no podía dejar de comprender que la complicación de la vida en las grandes ciudades requiere personas que se apliquen a esos menesteres. El apasionamiento, empero, con que en este y otros lugares se ensaña contra las profesiones no liberales que son lucrativas, descubre dos sentimientos no fingidos, que son de todos los tiempos: la inquina contra el plebeyo enriquecido y el justificado despecho con que el hombre de letras ve que oficios de bajo nivel producen gran logro, mientras la literatura procura más sinsabores que riqueza.25

Marcial, sin perjuicio de fustigar a los que buscan su medro por viles medios, como los encubridores que se hacen pagar su silencio (I, 95), los confidentes de personas viciosas (VI, 50), etc., hace también chanzonetas ligeras a costa de determinados oficios, sin más objetivo que excitar la risa. Tiene, por ejemplo, sabrosísimos epigramas contra los médicos [p. 128] (I, 30; I, 47; VI, 53), los taberneros (I, 56), los posaderos (III, 12), etc. Véanse dos de ellos:

Lotus nobiscum est, hilaris cenauit, et idem
   inuentus mane est mortuus Andragoras.
Tam subitae mortis causa, Faustine, requiris?
   In sommis medicum uiderat Hermocratem.

(VI, 53)

Continuis uexata madet uindemia nimbis:
   Non potes, ut cupias, uendere, copo, merum.

(I, 56)

Quevedo, en el mismo camino que Marcial, desarrolla el asunto extraordinariamente, siendo pocos los oficios que escapan a sus burlas, sin excluir su propia profesión de poeta.26 Aunque varias de ellas son incesantemente ridiculizadas por él, y es difícil señalar la que lo es más, parece que el primer puesto corresponde a la Medicina, como en Marcial. Son en él objeto los médicos de tan crueles y repetidos sarcasmos, que ya se ha parado mientes en ello, tratando de explicarlo por el atraso y descrédito en que en su tiempo se hallaba la medicina española.27 Pero la constancia con que ataca a todas las profesiones, de cuya sátira pueda obtenerse algún efecto de comicidad, hace creer más bien que este fuese su único objeto. Lo prueban frases de mera ingeniosidad, como éstas: «El clamor del que muere empieza en el almirez del boticario, va al pasacalles del barbero, paséase por el tableteado de los guantes del dotor, y acábase en las campanas de la iglesia» (Visita, 202); «…vedamos todas las armas aventajadas y dañosas, como son pistolas, espadas, arcabuces y médicos» (Premáticas y aranceles generales, 436; repetida, ampliada, en [p. 129] la Premática del tiempo, 440), etc.28 A su deseo de hallar en ellos un fácil hazmerreír puede añadirse que por su parte era poco afecto a su ciencia, y más confiaba en su propio vigor que en la terapéutica.29

De sus muchas sátiras sobre este tema entresaco por su brevedad este Epitafio a un médico (II, 19):

Yacen de un home en esta piedra dura
el cuerpo yermo y las cenizas frías;
médico fué, cuchillo de natura,
causa de todas las riquezas mías;
y agora cierro en honda sepultura
los miembros que rigió por largos días,
y, aun con ser Muerte yo, no se la diera,
si dél para matarle no aprendiera.30

Comparten con los médicos la sátira de Quevedo los jueces, escribanos, abogados, alguaciles, corchetes, etc. (II, 99; III, 113; LXIX, 316; Hora, 89-90, 102-105, 131-134; Visita, 240-246; Libro de todas las cosas, 481; Alguacil, 61—66, etc.); los boticarios31 (Zahurdas, 132-135, etc.); los mercaderes (II, [p. 130] 99; Entremetido, 364, etc.); los pasteleros (LXIX, 311, etc.); los taberneros (LXIX, 316; Hora, 134-136, etc.); los sastres (II, 4, 99; Visita, 298, etc.); los barberos (Zahurdas, 135, etc.), etc. Véase alguna de muestra:

… Halléle sólo con un hombre, que, atadas las manos y suelta la lengua, descompuestamente daba voces con frenéticos movimientos.

—¿Qué es esto? —le pregunté espantado—. Respondióme:

—Un hombre endemoniado.

Y al punto el espíritu respondió:

—No es hombre, sino alguacil… Y se ha de advertir que los diablos en los alguaciles estamos por fuerza y de mala gana, por lo cual, si queréis acertarme, debéis llamarme a mí demonio enaguacilado, y no a éste alguacil endemoniado, y avenisos mejor los hombres con nosotros que con ellos… Fuera desto, los demonios lo fuimos por querer ser como Dios, y los alguaciles son alguaciles por querer ser menos que todos…

(Alguacil, 63-64)

Estos son los boticarios, que tienen el infierno lleno de bote en bote. Gente que, como otros buscan ayudas para salvarse, éstos las tienen para condenarse. Estos son los verdaderos alquimistas…, porque… de la agua turbia, que no clara, hacen oro y de los palos, oro hacen de las moscas, del estiércol… Así que sólo para éstos puso Dios virtud en las yerbas y piedras y palabras, pues no hay yerba, por dañosa que sea y mala, que no les valga dineros… En las palabras también, pues jamás a éstos les falta cosa que les pidan, aunque no la tengan, como vean dinero, pues dan por aceite de matiolo aceite de ballena, y no compra sino las palabras el que compra…

(Zahurdas, 132-134)

La crítica de los poetas tiene mayor importancia que la de otros oficios, porque, versando sobre materia bien conocida de los satíricos, ahonda más y no se propone meramente el chiste. Es también más compleja, abarcando distintos aspectos de la literatura y de los literatos.

En la sátira latina lo primero que nos sorprende es la frecuente alusión a las recitaciones de poesías. Juvenal inició su sátira I ridiculizando este abuso de atormentar a los oyentes [p. 131] con interminables composiciones sobre temas repetidamente manoseados. En la III, al comenzar su pintura de las incomodidades y peligros de Roma, menciona con gracejo la misma costumbre:

… Ego uel Prochytam praepono Suburae.
Nam quid tam miserum, tam solum uidimus, ut non
deterius Gredas horrere incendia, lapsus
tectorum adsiduos ac mille pericula saeuae
urbis et Augusto recitantes mense poetas?

(versos 5-9)

Tiene también una reseña de estas reuniones (VII, 39-47), e igualmente Persio, que hace una pintura ridiculizante de las lecturas públicas (I, 13-21) y de las que solía haber a los postres de los banquetes (I, 30-40). Marcial se refiere a menudo a los recitadores como a seres peligrosos que hay que evitar a todo trance. Véanse estos epigramas:

Fugerit an Phoebus mensas cenamque Thyestae
   ignoro: fugimus nos, Ligurine, tuam.
Illa quidem lauta est dapibusque instructa superbis,
   sed nihil omnino te recitante placet.
Nolo mihi ponas rhombos, mullumue bilibrem,
   nec uolo boletos, ostrea nolo: tace.

(III, 45)

Ut recitem tibi nostra rogas epigrammata. Nolo.
   Non audire, Celer, sed recitare cupis.

(I, 63)

Pueden verse también: III, 44, 50 y 64; IV, 41; IX, 83, etc. Otro tema que trata Marcial es el de los plagiarios, plaga que él sufrió repetidamente, por la popularidad que alcanzó. Unas veces se queja de que se apropian sus composiciones (véanse los epigramas I, 29; I, 38; I, 72, etc.); otras, de que se toman versos o frases suyas para valorar trabajos ajenos (I, 33; X, 100, etc.); otras, de que se utiliza su firma para autorizar envenenadas diatribas (VII, 11 y 72; X, 3 y 33, etc.).

Además de la sátira contra los poetas hubo la sátira contra la poesía misma. Persio consagra la primera de las suyas a atacar la poesía helenizante, tan en boga en su tiempo, castigando [p. 132] con especial ahínco la blandura de los versos y la altisonante oquedad de la frase. Marcial rechaza la poesía oscura, que requiere por lector al propio Apolo: desea que sus versos agraden a los gramáticos, pero que se entiendan sin recurrir a ellos (X, 21); también se le encuentran algunos rasgos de crítica literaria cuando defiende la ligereza del género que él cultiva; así, por ejemplo, el IV, 49, en que nos habla de cómo las gentes alababan los hinchados poemas que a la sazón se componían; pero lo que leían eran sus epigramas. Petronio —que ridiculizó en el tipo de Eumolpo a los poetastros de su tiempo, de cuyas enojosas recitaciones se libraban los oyentes a pedradas32 censura también el énfasis e hinchazón que corrompieron la literatura coetánea (Satiricón, pássim, especialmente los capítulos I-V).

Por último, los satíricos latinos aluden a los escritores refiriéndose a su penuria económica, originada por la falta de protección a las letras. A ello consagra Juvenal su sátira VII, donde nos presenta a los poetas a punto de trocar el cultivo de las musas por los más bajos oficios:

                  …iam celebres notique poetae
balneolum Gabiis, Romae conducere furnos
temptarent, nec foedum alii nec turpe putarent
praecones fieri, cum desertis Aganippes
uallibus esuriens migraret in atria Clio.
Nam si Pieria quadrans tihi nullus im umbra
ostendatur, ames nomen uictumque Machaerae
et uendas potius commissa quod auctio uendit
stantibus.

(versos 3-11) [p. 133]

Hablando en el mismo sentido de otros cultivadores de las letras, es singularmente instructivo lo que cuenta del despilfarro de los ricos en su propio boato, y la parsimonia con que retribuyen a los educadores de sus hijos. De más valor satírico es su pintura de los hombres adinerados que se contentan con alabar a los escritores, sin ayudarles con su riqueza:

                  … didicit iam diues auarus
tantum admirari, tantum laudare disertos,
ut pueri Iunonis auem.

(versos 30-32)

y de los que, para dar mayor brillo a su opulencia, hacen, sin ser poetas, versos. Marcial se queja de la misma falta de protección; así, en el epigrama I, 76, invita a Flacco a abandonar las musas, que no producen dinero; en el V, 56, aconseja a Lupo que no permita a su hijo ser literato, obligándolo a hacerse flautista, pregonero o arquitecto, etc. Búrlase también de los ricos que hacen versos malos, aplaudidos por sus aduladores, como en éste (VI, 48):

Quod tam grande sophos clamat tibi turba togata,
   non tu, Pomponi, cena diserta tua est.

También Persio se mofa de los que no ven la verdadera causa de la loa que otorgan a sus versos los convidados agradecidos (I, 49-62). A esta falta de protección de parte de los ricos versificadores se unía en Roma la carestía de los manuscritos, que dificultaba más la adquisición de copias: Marcial alude repetidamente a los que le pedían ejemplares de sus libros de epigramas, para no comprarlos (véanse I, 117; V, 73; VII, 3 y 77, etc.).

De estos variados temas relacionados con la sátira de los poetas y de la poesía, no todos fueron cultivados por Quevedo. Sí satirizó, como es bien sabido, la literatura de su tiempo, siendo de los más señalados impugnadores del culteranismo, sobre cuyo punto, muy tratado ya y que excede de los límites impuestos por el carácter general del presente bosquejo, sólo he de marcar la semejanza de la postura tomada [p. 134] por Quevedo con la de los satíricos latinos. Adopta, así, su autoridad en varios pasajes. Para combatir la oscuridad que imperaba en la poesía «culta», aduce el citado epigrama X, 21 de Marcial, que inserta, acompañado, según su costumbre, de una traducción en verso (prólogo a las obras de Fr. Luis de León, XLVIII, 485). Más adelante dice: «El arte es acomodar la locución al sujeto. Todo lo dijo Petronio Arbitro mejor que todos; oiga vuestra excelencia sin prolijidad la arte poética en dos renglones…», y a continuación transcribe y traduce algunas frases pertinentes del Satiricón. También la doctrina de Persio es recordada en sus censuras a los «cultos». De sus composiciones contra éstos pueden señalarse, en verso, el soneto A un tratado impreso, que un hablador espeluznado de prosa hizo en culto (LXIX, 382), las décimas en que Búrlase de todo estilo afectado (LXIX, 445), la Aguja de navegar cultos (XXIII, 482-483), etc. (Algunas en que ataca a Góngora, Montalbán, etc., tienen carácter de invectiva personal, y como tales serán consideradas). En prosa, además de los prólogos a las obras de Fr. Luis de León y Francisco de la Torre (XLVIII, 484-492), en que censuró en serio el culteranismo, puede citarse el capítulo IX de Hora (91-92).

Más nos interesan desde nuestro punto de vista las sátiras de poetas en que ridiculiza el oficio en sí, sin relacionarlo con una escuela poética determinada. En el Buscón se burla muy chispeantemente de los versificadores ramplones (100-111) y de los que surtían de absurdas comedias, loas, etc., a los faranduleros (245-251), a lo que alude también en Visita (275-278). En el Entremetido hay unas censuras al «poeta de los pícaros», que a su vez se burla de los «cultos» (págs. 370-372), y hay, por último, chanzas sobre la clase de los poetas en general en la famosa Premática contra los poetas güeros, chirles y hebenes (incluida en el Buscón, 113-119), en la Pregmática que este año de 1600 se ordenó… (XXIII, 429-431) y en Alguacil (66-68). En el romance III, 157, comenta festivamente las manidas alabanzas que se encuentran en los versos (cfr. también LXIX, 407). [p. 135]

He aquí dos ejemplos de este tipo de sátira:

En los poetas hay mucho que reformar, y lo mejor fuera quitarlos del todo; mas porque nos quede de quién hacer burla, se dispensa con ellos, de suerte que gastados los que hay no haya más poetillas. Y quedan con este concierto: que de aquí adelante no finjan ríos sus ojos, porque no somos servidos de beber lagañas ni agua de cataratas; cada uno llore en su casa si tiene qué, y muera de su muerte natural, sin echar la culpa a su dama, que hay a veces más muertes en una copla que hay en año de peste, y después de habernos cansado, viven mill años más que por quien morían…

(Pregmática, XXIII, 430)

Donde hay poetas, parientes tenemos en corte los diablos, y todos nos lo debéis por lo que en el infierno os sufrimos, que habéis hallado tan fácil modo de condenaron, que hierve todo él en poetas. Y hemos hecho una ensancha a su cuartel, y son tantos, que compiten en los votos y elecciones con los escribanos. Y no hay cosa tan graciosa como el primer año de noviciado de un poeta en penas, porque hay quien le lleva de acá cartas de favor para ministros, y créese que ha de topar con Radamanto y pregunta por el Cerbero y Aqueronte, y no puede creer sino que se los esconden.

—¿Qué géneros de penas les dan a los poetas? —repliqué yo.

—Muchas —dijo— y propias. Unos se atormentan oyendo alabar las obras de otros, y a los más es la pena el limpiarlos…

(Alguacil, 66-67)

No recuerdo que Quevedo trate el tema de las recitaciones ni el de la falta de protección a las letras. Sí alude al favor que obtienen los ricos cuando versifican, en este soneto (LXIX, 790):

Navegue el rico con seguro viento,
y a su albedrío temple la fortuna,
y con Dánae se case o con alguna
de las que ocupan el celeste asiento.

Compongan versos, cada noche ciento,
poniéndose en los cuernos de la luna,
y llegue, sin temor que sea importuna,
su voz a los oyentes y su acento.

Haga negocios y a Catón exceda;
trate negocios y será sin duda
un Labeón, un Servio, un Papiniano.

Y por decillo todo, aquel que pueda
dar a su suerte con dinero ayuda,
cuanto pidiere lo tendrá en la mano. [p. 136]

Los que ejercen la profesión de las armas son menos aludidos por los satíricos que los hombres de letras. En nuestros latinos, fuera de aisladas alusiones, como las que hace Persio en más de un pasaje a la grosera ignorancia de los centuriones, lo único que se encuentra es la sátira XVI de Juvenal, consagrada a las prerrogativas militares. Como falta el final, no puede apreciarse si atacaba o defendía tales preeminencias.

Quevedo se sirvió de la versión casi textual de algunos versos de la misma para comenzar el soneto en que Descubre quién lleva los premios de las victorias marciales (III, 95), orientándolo en el sentido de que son los ausentes de la guerra los que se aprovechan del vencimiento. También se duele de la postergación de la gente guerrera en algunos versos del Memorial a Felipe IV:

Muere la milicia de hambre en la costa;
vive la malicia de ayuda de costa.
Gana la vitoria el valiente arriesgado;
brindan con el premio al que está sentado.
El que por la guerra pretende alabanza
con sangre enemiga la escribe en su lanza.
Del mérito propio sale el resplandor,
y no de la tinta del adulador…

Quevedo muéstrase siempre igualmente amigo del soldado, clase social que por excepción parece sistemáticamente excluida de su sátira. En Zahurdas (102-103) dice así, hablando de las gentes que encontraba en la senda del Infierno: «Vi algunos soldados, pero pocos, que por la otra senda (la del cielo) infinitos iban en hileras ordenados, honradamente triunfando…»; aun esos pocos que halló pasáronse luego al otro camino, advertidos por la amonestación de un jefe. En la Hora (cap. XXXI, 175-181) encuentra un español a tres franceses que venían a ejercer sendas industrias, y habiéndole éstos preguntado «cómo no llevaba oficio ni ejercicio para sustentarse en camino tan largo, dijo que el oficio de los españoles era la guerra, y que los hombres de bien, pobres, pedían prestado o limosna para caminar, y los ruines lo hurtaban…»; de lo que a propósito de esto hablan después no puede pensarse [p. 137] que Quevedo condene tal afición nacional a las armas y tal desamor al trabajo. En el Entremetido (379) ordena esto Plutón a sus diablos auxiliares: «La guerra se ha de estorbar…, que ejercita los ánimos, premia los virtuosos, ampara los valientes, aniquila el ocio nuestro amigo… Diablos, en todo el mundo meted paz; que con ella viene el descuido, la lujuria, la gula, la murmuración…, y los méritos se caen de su estado…». Esto recuerda al punto la frase juvenaliana de la sátira VI:

Nunc patimur longae pacis mala; saeuior armis
luxuria incubuit uictumque ulciscitur orbem.33

(versos 292-293)

En sus últimos años, bajo el hechizo de su amena charla con los frailes de San Marcos (si todo el tiempo de mi prisión —decía— lo pasara con esta mi amable compañía, haría suficiente delito para tenerla perpetua), Quevedo se pronuncia por la superioridad de las letras sobre las armas.

Los eclesiásticos son también satirizados por Quevedo con mucha parsimonia; cuando la crítica es muy acerada, no hay duda que la invectiva es personal, como, por ejemplo, el romance LXIX, 521. Los ataques se reducen ordinariamente a socarronas alusiones a la vida regalada de los conventos (II, 99, etc.), a la especial competencia de los clérigos en achaques femeninos (Capitulaciones matrimoniales, pássim; etc.), a los inocentes amoríos de las monjas (LXIX, 798; Buscón, 252-260; Pregmáticas, XXIII, 436; Memorial… en una academia, y las indulgencias concedidas a los devotos de monjas, 472-473; Carta a la Retora del Colegio de las Vírgenes, 474, etc.) y a otros puntos más baladíes. El tema de los galanes de religiosas [p. 138] fue muy tratado por diferentes escritores;34 Quevedo lo cultiva sin grave ofensa para la clase, comparando tales enamoramientos con el suplicio de Tántalo, señalando la necedad de «esperar sin fruto» de los amantes, burlando del gusto de las monjas por la sutileza epistolar, etc.

Para acabar esta breve revista del papel que en la sátira de Quevedo desempeñan las distintas clases sociales, he aquí una ligera indicación de cómo trató a la gente del hampa, en lo que no buscó, ni hubiera encontrado, modelos apropiados en los latinos. La pintura burlesca de los bajos fondos de la sociedad es uno de sus asuntos predilectos. Abundan especialmente en la Musa V (Terpsícore), y si bien son con frecuencia de penosa lectura para el no iniciado en la jerga de la jácara, saboréanse en ellos no pocos rasgos de gran agudeza. Los personajes son timadores, bravucones, prostitutas, presidiarios, etc.; sus asuntos, hazañas de los tales, realizadas con mejor o peor éxito, y liquidadas a menudo en la horca o los trabajos forzados. La Carta de Escarramán a la Méndez (II, 68) parece ser la primera composición en que Quevedo encubre con cierto decoro literario —aunque dando al género toda la viveza y osadía de lenguaje que requiere— esta clase de piezas, que era ya muy del gusto del pueblo. Por ello llámale González de Salas «primero descubridor», ya que hasta él sólo hubo «jácaras rudas y desabridas». He aquí algunos versos del principio de dicha composición:

Ya está guardado en la trena
tu querido Escarramán;
que unos alfileres vivos
me prendieron sin pensar.
Andaba a caza de gangas,
y grillos vine a cazar,
que en mí cantan como en haza
las noches de por San Juan.
Entrándome en la bayuca,
llegándome a remojar
cierta pendencia mosquito,
que se ahogó en vino y pan.
Al trago sesenta y nueve,
que apenas dije «allá va»,
me trujeron en volandas
por medio de la ciudad…

Del mismo tipo: la Respuesta de la Méndez, a continuación de la carta; Las valentonas, Los valientes y tomajonas, Carta de la Perala y su respuesta, Relación que hace un jaque…, Pendencia, [p. 139] mosquito, Sentimiento de un jaque por ver cerrada la mancebía (todas de la Musa V, e insertas en el tomo III, números 141, 145, 149, 150, 153, 159 y 162), etc. Alguna hay que es una verdadera novelita versificada, como la Vida y milagros de Montilla (III, 160), en que el tal pícaro refiere con gracejo sus andanzas non sanctas, y semejante, pero más breve, es la composición 536 del tomo LXIX, en que Refiere su vida un embustero.

En el Buscón (265) ridiculiza Quevedo a los jaques o valentones en este retrato:

Estando en esto, y yo con lo bebido atolondrado, entraron cuatro dellos con cuatro zapatos de gotosos por caras, andando a lo columpio, no cubiertos con las capas, sino fajados por los lomos, los sombreros empinados sobre las frentes, altas las faldillas de delante, que parecían diademas, un par de herrerías enteras por guarniciones de dagas y espadas, las conteras en guarnición, con los calcañares derechos, los ojos derribados, la vista fuerte, bigotes a lo cuerno y barbas turcas, como caballos…

Véase también este soneto (LXIX, 795), que tanto recuerda otro muy célebre de Cervantes:

Un valentón de espátula y greguesco
que a la muerte mil vidas sacrifica,
cansado del oficio de la pica
mas no del ejercicio picaresco,

retorciendo el mostacho soldadesco
por ver que ya su bolsa le repica,
a un corrillo llegó de gente rica
y en el nombre de Dios pidió refresco.

«Den voacedes, por Dios, a mi pobreza
—les dice— donde no, por ocho santos
que haré lo que hacer suelo sin tardanza.»

 Mas uno que a sacar la espada empieza,
«¿Con quién habla? —le dice al tira cantos—.
¡Cuerpo de Dios con él y su crianza!

Si limosna no alcanza,
¿qué es lo que suele hacer en tal querella?»
Respondió el bravonel: «Irme sin ella».

Búrlase del mismo modo en otros lugares, y en las Capitulaciones de corte (461-467) presenta al detalle a cuantos medran [p. 140] a la sombra de los garitos y a los rufianes que viven a costa de las mujeres de vida irregular. También satiriza y retrata a los mendigos (en la última obra citada, pág. 460; el Buscón, 239-242; Mundo, pág. 27, etc.).

Objeto de las invectivas de Quevedo son también los extranjeros. En esto sí se hallan precedentes latinos, especialmente en Juvenal, que tiene abundantes rasgos xenófobos, dirigidos en su mayor parte a los griegos, que se introducían en las familias romanas y se hacían por malas artes dueños de todo. En la sátira III, 60-125, se queja de la multitud de extranjeros que había invadido Roma; he aquí algunos de los versos que consagra a los griegos:

Ingenium uelox, audacia perdita, sermo
promptus et Isaeo torrentior. Ede quid illum
esse putes. Quemuis hominem secum attulit ad nos:
grammaticus, rhetor, geometres, pictor, aliptes,
augur, schoenobates, medicus, magus, omnia nouit
Graeculus esuriens; in caelum, iusseris, ibit…
natio comoeda est. Rides, maiore cachinno
concutitur; flet, si lacrimal conspexit amici,
nec dolet; igniculum brumae si tempore poscas,
accipit endromidem; si dixeris «aestuo», sudat…

(versos 73-78 y 100-103)

Poco más o menos, la aversión de Juvenal a los griegos es la misma de Quevedo a los «ginoveses», a quienes llama en el Buscón «antecristos de las monedas de España». En tal sentido de negociantes y acaparadores del dinero español, es en el que los zahiere (véase LXIX, 319, estr. 4.ª; Alguacil, 77; Visita, 236-237 y 257-259; Premáticas, 436, etc.). Tiene también burlas e invectivas contra los venecianos (Lince de Italia; Visita, 246-247; etc.), los italianos en general (Alguacil, 74), los franceses (Carta a Luis XIV; II, 111; III, 125 y 136; LXIX, 413), etc. A los judíos —satirizados ya por Juvenal en VI, 542-547 y XIV, 96-106— les dirige también rasgos aislados, e igualmente a los moriscos (II, 14; Buscón, 59-60; Entremetido, 364; Alguacil, 65; Confesión de los moriscos, en XLVIII, 484; etc.). He aquí, por vía de muestra, una de las dirigidas a los venecianos: [p. 141]

—Dime, ¿hay todavía Venecia en el mundo?

—Sí la hay —dije yo—: no hay otra cosa sino Venecia y venecianos.

—¡Oh!, doyla al diablo —dijo el nigromántico— por vengarme del mismo diablo, que no sé que pueda darla a nadie, sino por hacerle mal. Es república esa que, mientras que no tuviere conciencia, durará. Porque si restituye lo ajeno no le queda nada. ¡Linda gente! La ciudad, fundada en el agua; el tesoro y la libertad, en el aire; la deshonestidad, en el fuego. Y, al fin, es gente de quien huyó la tierra y son narices de las naciones y el albañal de las monarquías, por donde purgan las inmundicias de la paz y de la guerra. Y el turco los permite por hacer mal a los cristianos; los cristianos, por hacer mal a los turcos; y ellos, por poder hacer mal a unos y a otros, no son moros ni cristianos…

(Visita, 246—247)

En el Memorial a Felipe IV se queja de la preponderancia de los extranjeros:

   Venden ratoneras los extranjerillos,
y en España compran horcas y cuchillos.
   Y porque con logro prestan seis reales,
nos mandan y rigen nuestros tribunales.
   Honrad a españoles chapados, macizos;
no ansí nos prefieran los advenedizos…35

En muchos casos, las notas xenófobas de Quevedo se confunden con su sátira de la política internacional, género que cultivó especialmente en la Hora de todos (cap. XXIII, sobre la conducta fluctuante de Italia con España y Francia; XXIV, Nápoles; XXVI, Rusia, probable alusión a España; XXVIII, política ambiciosa de Holanda; XXIX, Florencia; XXXI, los franceses; XXXII, Venecia; XXXIII, Génova; XXXIV, los alemanes; XXXV, los turcos; XXXVI, rapacidad de holanda; XXXVIII, Inglaterra).

La política interior desempeña papel aún más importante en los escritos de Quevedo. (Además de los casos en que la [p. 142] trata desembozadamente, es probable que encierren disimuladas alusiones a la conducta de personajes reales, muchas que en apariencia son meras incriminaciones a la ambición, el despotismo, etc.). Pueden citarse, como ejemplos más considerables de sátira política: La isla de los Monopantos (opúsculo que entró a formar el cap. XXXIX de Hora, y en que zahiere sangrientamente al conde-duque de Olivares y otros personajes, presentados con nombres alusivos); la Epístola censoria ya citada, y, sobre todo, el también varias veces mencionado Memorial a Felipe IV, en que se queja de los excesivos impuestos; de que el producto del trabajo de los pobres es aplicado a cosas inútiles; de las muchas guerras, cuya carga pesa sobre el país; de lo que granjean los covachuelistas, etc. Tal memorial, causa de su prisión, es una de las sátiras más valientes e intencionadas que se han escrito, como puede juzgarse por algunos versos:

En cuanto Dios cría, sin lo que se inventa,
de más que ello vale se paga la renta.
A cien reyes juntos nunca ha tributado
España las sumas que a vuestro reinado.
Y el pueblo doliente llega a recelar
no le echen gabela sobre el respirar…
Un ministro, en paz, se come de gajes
más que en guerra pueden gastar diez linajes…
Al labrador triste le venden su arado,
y os labran de hierro un balcón sobrado.
Y con lo que cuesta la tela de caza,
pudieran enviar socorro a una plaza.
Es lícito a un rey holgarse y gastar;
pero es de justicia medirse y pagar…

Aquí no siguió Quevedo el ejemplo de Juvenal, que, en pleno reinado de Trajano, dirigía sus dardos contra Domiciano y sus ministros. Sí lo utiliza, por el contrario, en sátiras no referidas a casos particulares, por ejemplo, el soneto III Pol., 20, lleno de frases del poeta latino (cfr. con sátira VI, 560-564, y I, 73-76); el 22 del lugar citado, en que traduce y desarrolla los versos 121-124 de la sátira VIII, y el 84, formado de la versión textual de la VIII, 105-107 (véase también [p. 143] I, 45-50) y VI, 292-295: en los tres condena a los malos gobernadores, que se enriquecen a costa de las provincias que se les confiaron. De sátira política, tratada sin descender a casos determinados, pueden señalarse también: el capítulo XL de Hora, sobre las formas de gobierno y otros puntos análogos; varios pasajes del Entremetido (361-362, 364-368 y 372-375), sobre los tiranos, los validos o favoritos, etc. (asunto que trata seriamente en otros escritos), y algunas composiciones en verso, como el soneto LXIX, 707, contra los malos ministros. Hay también en él alusiones burlescas a dos tipos muy curiosos de nuestra fauna política: los arbitristas36 (Buscón, 94-97; Hora, 118-125, etc.) y los pretendientes de destinos (Hora, 136-141).

La soberbia y la ambición de poder son tratadas con frecuencia por los satíricos latinos, que nos las presentan indistintamente por su lado peligroso y su aspecto grotesco.37 Baste señalar como ejemplo el largo pasaje juvenaliano (sátira X, 56-113), en que muestra cómo «quosdam praecipitat subiecta potentia magnae / innuidiae, mergit longa atque insignis honorum / pagina», y lo prueba con ejemplos de Seyano, Craso, Pompeyo y César, acabando con aquellos dos versos, tantas veces traducidos y glosados:

Ad generum Cereris sine caede ac vulnere pauci
descendant reges et sicca morte tyranni.

En Quevedo abundan las composiciones sobre este tema; así, los sonetos Al ambicioso valimiento (III, Pol., 29), Peligro del que sube muy alto (III, Pol., 30), Muestra… que es dicha no ser poderoso (III, Pol., 50), Rey es quien reina en sus pasiones (III, Pol., 77), y otros muchos. En prosa: Visita, 247-248, etc., tratándolo también seriamente en otras obras, por ejemplo, en Las cuatro pestes y los cuatro fantasmas, capítulos Soberbia y Desprecio. En varias piezas sobre este [p. 144] asunto tiene reminiscencias latinas, y debe especialmente señalarse el soneto titulado Desastre del valido que cayó, aun en sus estatuas (III, Pol., 108), tomado del pasaje citado de Juvenal:

¿Miras la faz, que al orbe fué segunda,
y en el metal vivió rica de honores,
cómo arrastrada sigue los clamores,
en las maromas de la plebe inmunda?

No hay fragua que sus miembros no los funda
en calderas, sartenes y asadores;
y aquel miedo y terror de los señores
sólo de humo en la cocina abunda.

El rostro que adoraron en Seyano,
despedazado en garfios es testigo
de la instabilidad del precio humano.

Nadie le conoció, ni fué su amigo;
y sólo quien le infama de tirano
no acompañó el horror de su castigo.38

La invectiva personal, abundante en la literatura latina,39 es también cultivada por Quevedo. Como se advirtió al tratar de sus sátiras políticas, muchas son ataques más o menos embozados contra personajes determinados; otras veces, éstos figuran con sus propios nombres. En general, íntimamente relacionadas con las andanzas del satírico, sólo pueden apreciarse [p. 145] debidamente en el curso de su biografía. He aquí las más salientes: la Perinola y las décimas de LXIX, 817, contra Montalbán; Buscón, 97-104, y Calaveras, 38-40, contra el esgrimidor Pacheco de Narváez; las décimas de LXIX, 781, contra Góngora; la décima II, 89, contra Ruiz de Alarcón; las composiciones números 786, 787 y 823-827 del tomo LXIX, contra el Conde-Duque; el soneto 812 del mismo volumen, contra Lope de Vega. La mayor parte de estas diatribas podrían borrarse de la lista de obras de Quevedo, con muy escasa merma de su gloria literaria y gran provecho para su fama de hombre honrado. Cuesta trabajo tener que atribuirle, por ejemplo, el romance A la muerte del Conde-Duque (LXIX, 786), de cuyo tono darán idea estos pocos versos:

Hoy corre en toda la corte
generalmente una nueva,
por ser tan buena, dudosa,
que a ser mala, fuera cierta…
Ya murió a manos de un toro40
aquella indómita fiera
que dejó al mayor león
no sin valor, mas sin fuerzas…
Al fin murió el Conde-Duque,
plegue al cielo que así sea;
si es verdad, España, albricias,
y si no, lealtad, paciencia…

Este acento de agresividad es el dominante en estas sátiras personales; a veces, sin embargo, campea el donaire y la burla, con gran ventaja para el género, como en los pasajes en que se mofa, sin nombrarle, del maestro de esgrima antes citado, en algunas partes de la Perinola, etc.

Tiene también Quevedo composiciones burlescas en que parece referirse a personas determinadas, pero que nos son desconocidas, como el romance titulado Pintura de la mujer de un abogado, abogada ella del demonio (LXIX, 522), A una dama hermosa, rota y remendada (II, 8), A la boda de la hija de una boticario (publicada en la Revue Hispanique, 1915, XXXIV, 573-575), etc., y otras en que sus chanzas se dirigen a lugares geográficos, como los romances titulados Al pasarse la corte a Valladolid y Alabanzas irónicas a Valladolid mudándose la corte de ella (II, 27 y 3-2), la Letrilla burlesca sobre Madrid (II, 28), los dos romances dedicados al Manzanares [p. 146] (III, 156 y 164), el titulado Itinerario de Madrid a su Torre, en que se burla de Toledo y otros lugares (LXIX, 525), el soneto A la ciudad de Córdoba (LXIX, 818), etc.

Otro tema satírico de bastante importancia es el de la superstición. De Horacio puede señalarse el epodo 5, en que refiere la muerte de un niño por la hechicera Canidia, para elaborar un filtro; la sátira I, 8, en que una estatua de Príapo cuenta con fina burla las operaciones que vio realizar a unas brujas, y la II, 3, en que cita, entre otros ejemplos de insania, el de una madre que ofrece bañar a su hijo si Júpiter le salva de una cuartana; a este género de locura lo llama Horacio timor deorum.41 De Persio, la sátira II, en que condena la credulidad en el poder de ciertas prácticas (abluciones, lustraciones, plegarias, etc.), en vez de usar de los medios naturales conducentes al fin deseado, y la V, en que se burla también de los necios temores, fundados, por ejemplo, en el presagio de cosas tan fútiles como la rotura de un huevo (ouoque pericula rupto, verso 185). De Juvenal, la VI, en que pinta la explotación de la superstición femenina por sacerdotes, astrólogos, etc. (versos 511-591), con algunos rasgos de gran ironía42 así como el daño que hacen las propias mujeres con los filtros que aplican a sus maridos (versos 610-625), y la XV, consagrada a referir un caso horrendamente repulsivo, originado en Egipto por la superstición religiosa.

Dado el arraigo que entre nosotros tuvieron siempre las supersticiones de todo linaje, puede adivinarse el partido que Quevedo sacó de este tema. A hacer mofa de ellas consagró buena parte del Libro de todas las cosas y otras muchas más (XXIII, 473-483) burla primero de los libros que ofrecen medios misteriosos [p. 147] para conseguirlo todo, exponiendo él 28 proposiciones con sendas respuestas; vaya una por vía de ejemplo:

3. Para que cualquier mujer o hombre que bien te pareciere, seas hombre o mujer, luego que te trate se muera por ti.
[…]
Solución núm. 3. Sé el médico que la cures, y es probado, pues cada uno muere del médico que le da al tabardillo o mal que le dió.

Sigue, en el mismo tono, un Tratado de la adivinación por quiromancia, fisonomía y astronomía, rebosante de gracia y zumba. Merecen también citarse los sonetos 373 y 378 del tomo LXIX, en que ridiculiza el temor a los cometas y a los eclipses, respectivamente; el 389 del mismo, en que hace chacota de los utensilios de las hechiceras, etc. En el Sueño de las calaveras (50-51) pone en solfa a los astrólogos, que, juntamente con los ensalmadores, alquimistas y quirománticos, son objeto también de una larga revista en las Zahurdas (154-168), donde por cierto muestra Quevedo no poca erudición, puntualizando sus censuras sobre los más célebres tratadistas, y sus obras y doctrinas. En la Hora (171-175) encarece la necedad de los que dan sus dineros a los alquimistas, para su pretendida obtención del oro.

Algún parentesco con el tema de la superstición tiene el del desacierto con que concebimos nuestros deseos, bastante tratado por los latinos. Horacio pondera (Sát., I, 1) la ceguera de los hombres, deseosos siempre de cambiar su suerte por la de los demás —el soldado cree más feliz al navegante y éste a aquél, el labrador al abogado, etc.—, y si algún dios operase el cambio, todos quedarían descontentos. Juvenal expone el asunto prolijamente en la sátira X, mostrando lo nocivas que son con frecuencia la riqueza, el poder, la elocuencia, la gloria militar, la longevidad y la hermosura. Persio (Sát. II) enfoca el tema de diferente manera; en sus ejemplos se ve generalmente que el mal no viene de que los dioses concedan lo que se considera bueno, sino de que se pide una cosa y en el fondo se ansía otra, o de que al pedirla se practica algo contraproducente.

Quevedo recuerda y glosa repetidas veces las dos sátiras [p. 148] de Juvenal y Persio a este asunto consagradas, y tradujo esta última totalmente, según Salas.43 De sus composiciones citaré el soneto en que Muestra con ilustres ejemplos cuán ciegamente desean los hombres (III, Pol., 15), tomado de Juvenal, X, 273-285;44 el en que Castiga a los glotones… (III, Pol., 39), de Persio, II, 41-43; el en que Burla de los que con dones quieren granjear del cielo pretensiones injustas (III, Pol., 46); el titulado Ciegas peticiones… (III, Pol., 78), Muestra lo que se indigna Dios de las peticiones execrables de los hombres (III, Pol., 119), etc.; en todos estos desarrolla igualmente pensamientos de Persio. También en la prosa les siguió, como en Zahurdas (151-153), pasaje inspirado en Persio y, menos directamente, en Juvenal, todo ello cristianizado a poca costa, por no haber diferencia esencial en este punto entre la doctrina estoica y la de Cristo. Dentro por completo de ésta se mueve en los sonetos 710 y 715 del tomo LXIX, apoyándose en el Nescitis quid petatis evangélico. En el principio de El mundo por de dentro parece recordar con preferencia a Horacio. Véase, por último, un soneto (III, Pol., 76), en que Quevedo trata el tema originalmente, aunque en el fondo coincida con sus modelos:

Si me hubieran los miedos sucedido
como me sucedieron los deseos,
los que son llantos hoy fueran trofeos:
mirad el ciego error en que he vivido.

Con mis aumentos proprios me he perdido
las ganancias me fueron devaneos; [p. 149]
consulté a la Fortuna mis empleos,
y en ellos adquirí pena y gemido.

Perdí, con el desprecio y la pobreza,
la paz y el ocio; el sueño, amedrentado,
se fue en esclavitud de la riqueza.

Quedé en poder del oro y del cuidado,
sin ver cuán liberal naturaleza
dalo que basta al seso no turbado.45

La sátira de varios defectos humanos (envidia, ingratitud, maledicencia, hipocresía, exageración, pereza, etc.) es muy abundante, y sobre ella se harán algunas indicaciones, lo más abreviadas que sea posible, para no alargar desmedidamente esta reseña.

Señalaré sobre la envidia la sátira I, 1 de Horacio, ya citada; la VI de Persio, en que pinta el dolor inspirado por la felicidad ajena, y varios epigramas de Marcial (I, 40 y 115; II, 71, etc.). Quevedo se inspiró en Juvenal (XIV, 145-151: condenación de la ambición aguzada por la envidia), para hacer el soneto III de Pol., 110; pero en general trata el tema seriamente y con espíritu cristiano (Sermón stoico, soneto y ovillejo a Caín —LXIX, 712 y 738—, capítulo de la Envidia de Las cuatro pestes, 101-106, al que sigue otro sobre la Ingratitud, 107-118, etc.). Lo trata burlescamente también alguna vez, como en Entremetido, 378, en que hace rechifla de los juzgamundos o envidiosos maldicientes.

Esto último —la maledicencia— es muy elegantemente satirizado por Horacio (Sát., I, 3), al atacar la doctrina estoica, que no distinguía entre vicios graves y leves, condenándolos por igual. El poeta no soporta que se murmure, especialmente de los amigos, para cuyas culpas se debe ser ciego, como lo es el padre para las del hijo, o como el amante, que ve las faltas de la amada convertidas en cualidades. Persio (Sát. IV) simula un diálogo entre murmuradores, y pondera la facilidad con que desconocemos los propios defectos y aceptamos los elogios. También Marcial condena muy severamente la maledicencia (II, 61) y se burla ingeniosamente de [p. 150] la autoalabanza (I, 64; IV, 37). Juvenal pinta con su habitual exageración el placer que sienten los criados en publicarlas faltas de sus amos (IX, 102-112).

Quevedo, terrible maldiciente él mismo —aunque tampoco se perdonaba sus propios defectos—, se limitó, fuera de rápidas alusiones, a seguir a sus modelos: así, su soneto LXIX, 415, en que desarrolla un pensamiento de Persio (I, 58-62). En una de sus largas cartas a Parra (XCI de la serie total) discurre sobre la dificultad de evitar que se publiquen las maldades, citando, por cierto, la autoridad de Juvenal en el pasaje mencionado.

Un punto más abajo que la maledicencia está la simple charlatanería, más apta para la sátira jocosa. Horacio describe muy cómicamente (Sát., I, 9) a un hablador infatigable, que le entretuvo buen espacio de tiempo contándole naderías, a pesar de sus intentos de evasión. Juvenal, con menos gracia, retrata el tipo de mujer novelera (VI, 398-412). Quevedo, además de sus frecuentes alusiones al comadreo de las dueñas, tiene muy ingeniosas burlas de los charlatanes, como en la Visita, 208-209 y 250-251; Hora, 88, etc. Véase el primero de estos pasajes:

Los primeros eran habladores. Parecían azudas en conversación, cuya música era peor que la de órganos destemplados. Unos hablaban de hilván, otros a borbotones, otros a chorretadas, otros habladorísimos hablaban a cántaros. Gente que parece que lleva pujo de decir necedades, como si hubiera tomado alguna purga confecionada de hojas de Calepino de ocho lenguas. Éstos me dijeron que eran habladores de diluvios, sin escampar de día ni de noche. Gente que habla entre sueños y que madruga a hablar. Había habladores secos y habladores que llaman del río o del rocío y de la espuma; gente que graniza de perdigones. Otros que llaman tarabilla; gente que se va de palabra como de cámaras, que hablan a toda furia. Había otros habladores nadadores, que hablan nadando con los brazos hacia todas partes y tirando manotadas y coces. Otros jimios, haciendo gestos y visajes. Venían los unos consumiendo a los otros.

A la hipocresía parece Juvenal querer consagrar su sátira II. El poeta expresa sus deseos de huir a los más remotos países siempre que en Roma «… aliquid de moribus audent [p. 151] qui Curios simulant et Bacchanalia uiuunt», y prefiere los más descarados viciosos a los pederastas que se revisten de la austera apariencia de filósofos y osan predicar sobre moralidad. La indignación que éstos excitan en él hace que se torne en especial invectiva contra sus monstruosidades lo que parecía orientarse hacia la hipocresía en general. De Persio puede apuntarse el pasaje de la sátira II sobre los que piden una cosa en voz alta y desean realmente otra inconfesable, y de Marcial el epigrama I, 33 (cuyo pensamiento coincide con el de los versos 129-134 de la sátira XIII de Juvenal):

Amissum non flet cuna sola est Gellia patrem,
si quis adest, iussae prosiliunt lacrimae.
Non luget quisquis laudari, Gellia, quaerit,
ille dolet uere, qui sine teste dolet.

Quevedo, a quien cualquier vicio podrá reprochársele antes que la hipocresía, satiriza mucho tal defecto. El mundo por de dentro es en su totalidad una invectiva contra los diversos tipos que la representan, los cuales son legión, como ya previene el autor: «Hipocresía. Calle que empieza con el mundo y se acabará con él, y no hay nadie casi que no tenga sino una casa, un cuarto o un aposento en ella. Unos son vecinos y otros paseantes, que hay muchas diferencias de hipócritas, y todos cuantos ves por ahí lo son» (pág. 21). De las demás composiciones en que trata el tema, algunas tienen sabor latino, como el soneto en que Descubre el vicio de la hipocresía (III, Pol., 51), inspirado, según Salas, en un capítulo del tratado De Ira, de Séneca, o el dirigido A un ignorante muy derecho (III, Pol., 100), en que parece recordar la citada sátira II juvenaliana; pero, en general, se aplican a falsos devotos vistos por él directamente (Zahurdas, 100-102; Buscón, 75-76; Visita, 217, el romance Los santeros y santeras —III, 143—; el soneto Contra los hipócritas —III, Pol., 97—, etc.).

Algunos temas cultivados por los latinos, como la exageración (Horacio, Sát., I, 2, y Persio, VI), el mal ejemplo que se da a los hijos (Juv. XIV), el poco ahínco que se pone en adquirir la sabiduría (Persio, III y V), etc., no lo fueron por [p. 152] Quevedo, o su desarrollo es insignificante.46 El de la fortuna lo trata proclamando su omnipotencia (Hora, 75-81; LXIX, 520, 661 y 663; etc.), o despreciándola (III, Pol., 68, etc.), en lo que coincide con Juvenal, que a veces ensalza su poder absoluto (VII, 194-202), y en otros pasajes afirma que sólo nuestra imprudencia la diviniza (X, 365-366). El del juego no lo cultiva condenándolo sin distingos como los latinos (Juv., I, 8893; VIII, 9-12; XIV, 4-5, etc.), sino a los fulleros que juegan con malas artes (Hora, 161-163) y, en general, a cuantos «en este diabólico gremio… representan diferentes papeles…, no tocando a los que por entretenimiento decente admiten juego en sus casas, ni a los que juegan únicamente por pasatiempo lícito» (Capitulaciones de corte, 462), clasificando a aquellos escrupulosamente a continuación en gariteros, ciertos, etc.

Del hallazgo de motivos satíricos en el lenguaje que hablamos y escribimos, no faltan ejemplos en los antiguos. Horacio combate (Sát., I, 10) la ingerencia de frases griegas entre las latinas. Juvenal se burla de las mujeres de su tiempo, que sólo consideraban distinguido expresarse en griego (VI, 184-199). Marcial tiene también un epigrama (X, 68), de gran semejanza con el pasaje juvenaliano, en que, mofándose de una romana que tenía tal prurito de helenizar, acaba diciéndole:

Tu licet ediscas totam referasque Corinthon,
   non tamen omnino, Laelia, Lais eris.47

También Quevedo satiriza tal vez a los que intercalan con tanta pedantería como ignorancia voces y frases de idiomas [p. 153] extranjeros, en un pasaje del Libro de todas las cosas (páginas 480-481), donde explica burlescamente cómo pueden fácilmente hablarse diversas lenguas. Aquí deben también clasificarse La culta latiniparla con varias de sus burlas de la poesía gongorina, y el Cuento de cuentos, construido de frases hechas, para ridiculizar su abuso.

Hay, por último, el tema de los vicios monstruosos y de cierta clase de actos contrarios al decoro, tan frecuentemente tratados al desnudo por los escritores latinos. De ello poseo algunas notas, que decidí excluir. La producción de Quevedo que pudiera con ellos relacionarse, ha llegado a nosotros harto adulterada, y no es grata tarea la de bucear en esos fondos para establecer aproximaciones y diferencias. Baste aquí la impresión general de que, si bien nuestro satírico no pecó de melindroso, quedó muy distante del cínico desenfado de sus predecesores. Por lo demás, el cuadro ya trazado de los distintos asuntos de la sátira, espero que refleje con suficiente fidelidad lo más característico de sus cultivadores latinos y de Quevedo. De intento, no se ha limitado la acotación a los puntos de contacto, extendiéndola, cuando pareció pertinente, a las desemejanzas. Éstas no impiden que Quevedo se nos muestre constantemente lleno del recuerdo de aquellos sus iniciadores. Tal vez no tuvo nunca ante los ojos sus composiciones en el momento de la creación de la obra propia: así parece indicarlo la manera personalísima de utilizarlas. Pero sin duda la simpatía de sus espíritus, o el hechizo de las primeras lecturas, hicieron imborrable su impresión. A no ser el de Quevedo un ingenio hondamente original, probablemente no hubiera pasado de un vulgar traductor; pero merced a él las ideas ajenas no hicieron sino fecundar y valorar las propias, y sus escritos han podido ser siempre justamente considerados como fiel expresión de la época y país en que vivió.

Flecha hacia la izquierda (anterior) Flecha hacia arriba (subir) Flecha hacia la derecha (siguiente)

Notas

  • (1) En las Prevenciones al lector de El Parnaso Español. Pueden verse en las Obras completas, publicadas por Fernández-Guerra, con notas de Menéndez Pelayo, por la Sociedad de Bibliófilos Andaluces, tres volúmenes (Sevilla, 1897-1907), III, 338. Esta colección es aquí siempre utilizada para las poesías en ella contenidas, y será citada abreviadamente: I, II y III; para las poesías no incluidas en ellas uso del tomo LXIX de la Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneyra, que citaré simplemente por LXIX; cada poesía irá designada por el número de orden que tenga en la colección o tomo correspondiente, acompañando la indicación de la página cuando se considere útil. De las obras en prosa, el Buscón será citada por la edición de Castro «Clásicos Castellanos», V, Madrid, 1911); el Sueño de las calaveras, Alguacil alguacilado, Zahurdas de Plutón y Visita de los chistes por la de Cejador («Ibíd.», XXXI, Madrid, 1916); El mundo por de dentro y La Hora de todos por la del mismo (Ibíd., XXXIV, Madrid, 1917); las restantes, por la de Fernández-Guerra (Bibl. de Aut. Esp. de Rivadeneyra, XXIII y XLVIII, ambos en Madrid, 1859: se designan, como los anteriores, por dichas cifras romanas). Cuando las obras no se hallen incluidas en estas colecciones, se mencionará en cada caso la edición correspondiente. De los poetas latinos, Horacio y Marcial son consultados en los volúmenes correspondientes de la «Bibliotheca Teubneriana», si bien discrepo de su ortografía, adoptando siempre u por v. Juvenal, Persio y Petronio en la «Collection des Universités de France», usándose en Horacio y Marcial de números romanos para la indicación de los libros y de números arábigos para la de las composiciones mismas y de cada verso, y en Juvenal y Persio romanos para cada sátira y arábigos para los versos. Las obras en prosa antes mencionadas serán citadas abreviadamente Calaveras, Alguacil, Zahurdas, Visita, Mundo y Hora. En los volúmenes de prosa el número arábigo representa la página. volver
  • (2) Ayudaban a ello su enorme dominio del idioma y sus dotes de traductor. (De éstas se percataron ya sus coetáneos. Véase, por ejemplo, lo que le dice en una carta —núm. CXVIII, Bibl. de Aut. Esp., XLVIII, 604-605— el obispo leonés Rissola, excitándole a trasladar en castellano las autoridades aducidas en la Política de Dios: «… costándole a vuesa merced tan poco el traducirlas, y sabiéndolo hacer con tanta gracia (cosa que aciertan pocos), debe vuesamerced hacer este beneficio a los que leyeren este discurso; que aun los que entienden latín gustarán más de verle en romance». volver
  • (3) No reflejan bien el equilibrio en que se mantienen en Quevedo el elemento español y el clásico latino estas palabras del Dr. H. Ulbrich «Seine Satire, obgleich sice zuweilen cine Nachahmung der Alten ist, steht in nächster Verwandtschaft mit dem Schelmenroman» (Don Francisko de Quevedo. Schulprogramm, Fraknfurt am Main, 1866, página 8). Los demás críticos del satírico no han dado tampoco toda su importancia al parentesco espiritual que le liga con sus predecesores latinos. volver
  • (4) Sin embargo, no todo le parecía oro —y hacía bien— en su modelo. En una de sus cartas a Parra (Bibl. de Aut. Esp., XLVIII, 590) le dice: «Catulo tiene sus errores, Quintiliano sus arrogancias, Cicerón algún absurdo, Séneca bastante confusión y, en fin, Homero sus cegueras y el satírico Juvenal sus desbarros…». Pero, en general, le admira y utiliza mucho, hasta el punto de que es muy frecuente apellidarle «Juvenal español». Así, Lope, en el Laurel de Apolo, silva VII, le llama «Lipso de España en prosa y Juvenal en verso». Mérimée, en su Essai sur la vie et les oeuvres de Francisco de Quevedo (París, 1886), dice: «Il emprunte souvent à Juvenal, à qui ses contemporains le comparent volontiers: les hyperboles du satirique latin prennent un éclat nouveau en passant par la plume de l’écrivain castillan» (página 244). En cambio, C. Soler se expresa así en su obra ¿Quién fué D. Francisco de Quevedo? (Barcelona, 1899): «Esta misma falta de afectos de su corazón hace más amargas y molestas sus provocativas sátiras, y le distingue toto caelo de Juvenal, con quien se le equipara continuamente, cuando no sufren comparación en manera alguna las destempladas ínvectivas de Quevedo con las humorísticas críticas del satírico latino; como no las sufre el temple del alma y el genio de entrambos, ya que fue Juvenal, a mi ver, hombre de poco nervio y menos bilis, pacífico y bondadoso…, mientras que la [indignación] de Quevedo salía del corazón, amargada la sangre por una ola de bilis, y conmovía las fibras todas de su cabeza y entrañas…». volver
  • (5) Otras veces cree que las circunstancias de su época sí consienten el libre ejercicio de la sátira, como en el principio de la Epístola censoria:

    Hoy, sin miedo que libre escandalice,
    Puede hablar el ingenio asegurado
    De que mayor poder le atemorice…

    volver

  • (6) Comparto en absoluto estas palabras del Sr. Selden Rose, editor literario de la España defendida —la obra precisamente en que tal interés patriótico culmina—: «The other and more important aspect [of Quevedo’s patriotism] is the result of his conviction that Spain was in reality decadent and of his efforts to present the gravity of the situation. History has been cruel to him, and his determination to force Spaniards to recognize the real state of affairs, has unjustly won him the epithet of jester. In his satirical works he chose lo make them laugh at the vises of their neighbors, but they failed to see the real point, or if they did see it, they failed to improve the lesson…» (Bol. de la Acad. de la Hist., 1916, LXVIII, 523-524), Azorín, en el ensayo que dedica a Quevedo en sus Clásicos y modernos, le achaca falta de hondura, aunque comprende que no podía tener la misma visión de los problemas que un hijo de nuestro siglo. volver
  • (7) Núm. CXXII de la colección (Bibl. de Aut. Esp., XLVIII, 606). Cfr. la carta VI (Ibíd., pág. 513), en la cual alude, sin nombrarle, a Marcial, en el último verso del epigrama I, 5. volver
  • (8) Ya Lucilio comparaba también la época antigua, en que los romanos eran invencibles, y hasta a Aníbal dominaban, con su tiempo, en que un Viriato bastaba para tenerles en jaque (XXVI y XXIX). volver
  • (9) Puede aquí mencionarse también su soneto Ruina de Roma (III, Pol., 84, pág. 407), tomado, a veces literalmente, de Juvenal, VIII, 105-107, y VI, 292-295. volver
  • (10) No cambian esencialmente los pensamientos de esta canción en la redacción diferente que lleva por título Pinta la vanidad y la locura humana, inserta en la colección consultada a continuación de El escarmiento. volver
  • (11) Véanse, por ejemplo, los que en el tomo LXIX de la Biblioteca de Autores Españoles llevan los números 328, 329, 330, 434, 452, 500, 508, 515, 797, 799, 808, 816. volver
  • (12) Es bien conocido el largo pasaje consagrado al «Banquete de Trimalción», en el Satiricón, de Petronio. volver
  • (13) No responden a la idea de los satíricos latinos estos versos de su famosa composición Parióme adrede mi madre (II, 98): «De estériles soy remedio, / pues, con mandarme su hacienda, / les dará el cielo mil hijos / por quitarme las herencias». volver
  • (14) Es curioso que al volver a ocuparse de su barbero, repite sin variación un verso (I, 25, y X, 226), como si la indignación eclipsase su memoria. volver
  • (15) Parece recordar también los versos juvenalianos en un pasaje que empieza: «Más dijera si no le tuviera la grandeza con que un hombre rico iba en una carroza tan hinchado…» (Mundo, 41). volver
  • (16) «A las voces» en el texto de Janer, lo que considero errata. volver
  • (17) Sobre el desarrollo de este tema en nuestro teatro, que es donde con más justeza se reflejó, véase el artículo de D. Américo Castro titulado «Algunas observaciones acerca del concepto del honor en los siglos xvi y xvii» (RFE, 1916, III, 1-50). volver
  • (18) También aluden a las viejas lascivas Juvenal (I, 37-44; VI, 191-199) y Marcial (VII, 75; cfr. también III, 76). Quevedo apenas apunta este tema (véase la letrilla satírica II, 4), ridiculizando a las viejas en otros aspectos, especialmente como celestinas (así, en II, 10; III, 131, 138; IV, 512, 515, 537; Hora, 125-131, etc.), o por el afán de disimular su vejez. volver
  • (19) Este epigrama, rechazado de la «Bibliotheca Teubneriana» y otras ediciones críticas como espurio, lo incluyo, sin embargo, porque figuraba en las antiguas, siendo así conocido e imitado por Quevedo. volver
  • (20) Sabido es que Quevedo mostró siempre gran repulsión al estado matrimonial y que sólo en su vejez se dejó llevar de los consejos de amigos, y especialmente del duque de Medinaceli, enlazándose en 1632 con D.ª Esperanza de Aragón. Puede verse sobre este punto, I, págs. 119-125. volver
  • (21) Sobre esta composición, véanse los artículos de Pitollet, A propos d un «romance» de Quevedo (Bull. Hisp., VI, 332-346) y de Buchanan, A neglected version of Quevedo’ Romance on Orpheus (Mod. Lang. Notes, 1905, XX, 116-118). volver
  • (22) «… En el discurso conocí que la mi desposada corría peligro en tiempo de Herodes por inocente. No sabía; pero como yo no quiero a las mujeres para consejeras ni bufonas, sino para acostarme con ellas, y si son feas y discretas es lo mismo que acostarse con Aristóteles o Séneca o con un libro, procúrolas de buenas partes para el arte de las ofensas». volver
  • (23) Él mismo nos instruye, en éste como en otros puntos, sobre sus propios gustos. En una de sus cartas a Adán de la Parra, dice: «A las siete de la mañana estoy ya vestido; y sabiendo v. m. que aun en mi libertad no fuí jamás inclinado a la superfluidad de las ropas, contentándome con aquellas que sólo eran aseo, y no gala, sólo decencia propia, y no murmuración ajena, estando preso, por fuerza he de tener mayor observancia en esto. Nunca ignoré, querido amigo, que el hábito se hizo para cubrir los defectos del cuerpo, no para descubrir los afectos del ánimo; pero noté, con tanta frecuencia de los que lo usan como sentimiento mío, que, con ser hecho para ocultar nuestras flaquezas, en bastantes descubría su ambición…». volver
  • (24) En la España defendida (Bol. de la Acad. de la Hist., LXIX, 179), después de condenar el lujo femenino, dice: «Y lo que más es de sentir es de la manera que los ombres las imitan en las galas i lo afeminado, pues es de suerte, que no es vn ombre aora más apetezible a una mujer, que una mujer a otra. Y esto de suerte, que las galas en algunos parezen arrepentimiento de auer nazido hombres, i otros pretenden enseñar a la naturaleza cómo sepa hazer de un hombre mujer…». volver
  • (25) Parece inútil consignar que condenando en general toda especulación, hace Juvenal especial hincapié contra los intrigantes que se elevan por medio de la mentira, la adulación, la tercería, etc., si bien esto no interesa ahora, dado el aspecto en que tomamos este tema. volver
  • (26) De la sátira del logro obtenido por medios reprobables se prescinde aquí, pero no falta en Quevedo; véase, por ejemplo, la de los tramposos (Hora, 113), de los que viven de peticiones e intrigas (Ibíd., 141), de los estafadores (Capitulaciones de la corte, 464-465), etc. volver
  • (27) Véase el prólogo de Janer a las poesías de Quevedo (LXIX, páginas XVI-XVII). volver
  • (28) Tiene frases equivalentes, aplicadas a otras personas, como ésta «Mandamos… prender a cualesquier personas que toparen de noche con garabato, escala, o ganzúa, o ginovés, por ser armas contra las haciendas guardadas» (Premática del tiempo, 440). volver
  • (29) Véase lo que dice en el capítulo Enfermedad de las Cuatro pestes (XLVIII, 155-156): «…Verdad es que no llamo, estando enfermo, dotor; que así llaman a quien sabe tanto como cree nuestro miedo, al que medra con nuestro peligro. Si el morir no hay médico que lo estorbe, y hay muchos que lo inducen; si la salud es su pobreza; si la enfermedad es su caudal, ¿qué hacen de su juicio los que se persuaden que los médicos los desearán una salud que no les vale nada, y que acabarán una enfermedad que los es contribución y tesoro?». volver
  • (30) Citar todas las composiciones en que hace Quevedo chacota de los médicos sería interminable; he aquí algunas: II, 66 y 71; III, 155; LXIX, 307, 309, 316, 318, 391, 392, 509 y 641; Libro de todas las cosas, 481, etc. volver
  • (31) De los boticarios hace esta defensa en la Perinola (págs. 469-470): «… el boticario es forzoso que sea latino, que sepa la filosofía y el arte nobilísimo de componer los remedios; y en él está depositada toda la legalidad de la medicina y todo el arte y sciencia; y yo he visto en Madrid boticarios examinados curar, y en Alcalá salir de boticarios para catedráticos». Pero los ensalza aquí para rebajar a los libreros, que ataca por su inquina —al parecer muy justa— contra el padre de Montalbán. volver
  • (32) En el capítulo XC del Satiricón refiere así la acogida que hizo el público a la recitación por Eumolpo de su poema La toma de Troya: «Ex his, qui in porticibus spatiabantur, lapides in Eumolpum recitantem miserunt. At ille, qui plausum ingenii sui nouerat, operuit caput extraque templum profugit. Timui ego, ne me poetam uocaret. Itaque subsecutus fugientem ad litus perueni, et ut primum extra teli coniectum licuit consistere: Rogo, inquam, quid tibi uis cum isto morbo? Minus quam duobus horis mecum moraris, et saepius poetice quam humane locutus es. Itaque non miror, si te populus lapidibus persequitur» (pág. 94). volver
  • (33) En una carta en latín que escribió en 1628 a Lucas van Torre, citada por Mérimée —no se incluye en el epistolario del tomo XLVIII de la Biblioteca de Autores Españoles— dice así: «… Interna mentis acie perpende mei Juvenalis carmina…» (y copia los dos versos objeto de esta nota). En su epístola XXIX (pág. 391 del tomo citado) y en la España defendida (Bol. de la Acad. de la Hist., 1916, LXIX, 175) expone las mismas ideas que en el Entremetido. volver
  • (34) Véase la nota de Fernández-Guerra al Memorial (XXIII, 472). volver
  • (35) Para conocer a Quevedo en este aspecto es muy interesante su España defendida, que puede consultarse, editada y prologada por R. Selden Rose, en Boletín de la Academia de la Historia, 1916, LXVIII, 515-543 y 629-639; LXIX, 140-182. Quevedo, al rechazar los ataques de los extranjeros a España, no deja de zaherirles a su vez. volver
  • (36) Sobre los arbitristas puede verse el artículo así titulado de Cánovas del Castillo (Problemas contemporáneos, Madrid, 1884, I, 305-328.). volver
  • (37) Juvenal ridiculiza con exquisita ironía la teatralidad con que se ejerce la autoridad en la sátira X, versos 33-46. volver
  • (38) He aquí los versos originales (X, 61-69):

    iam strident ignes, iam follibus atque caminis
    ardet adoratum populo caput et crepat ingens
    Seianus, deinde ex facie toto orbe secunda
    fiunt urceoli, pelues, sartago, matellae.
    Pone domi laurus, duc in Capitolia magnum
     cretatumque bouem. Seianus ducitur unco
    spectandus, gaudent omnes. —«Quae labra, quis illi
    uultus erat! Nunquam, si quid mihi credis, amaui
    hunc hominem…»

    volver

  • (39) Véanse los Epodos de Horacio números 4, 5, 6 y 10, dirigidos contra el liberto Mena, la bruja Canidia, Casio Severo y Mevio, respectivamente, todos muy agresivos, así como la sátira I, 7, en que ataca al comerciante Persio y a Rutilio. Juvenal satiriza a su vez a los emperadores Otón (sátira II) y Domiciano (especialmente en la IV), al noble Grato (II y VIII), Eppia y Messalina (VI), etc. En los epigramas de Marcial parece que eran supuestos los personajes ridiculizados, o trocados, al menos, sus nombres. volver
  • (40) El Conde-Duque murió en Toro el 22 de julio de 1645. volver
  • (41) Antes que él, Lucilio condenó la supersticiosa veneración de imágenes, como si fuesen personas (XV, 484). volver
  • (42) Véanse estos versos (535-541):

    Ille petit ueniam, quotiens non abstinet uxor
    concubitu sacris obseruandisque diebus
    magnaque debetur uiolato poena cadurco
    et mouisse caput uisa est argentea serpens;
    illius lacrimae meditataque murmura praestant
    et ueniam culpae non abnuat, ansere magno
    scilicet et tenui popano corruptus, Osiris.

    volver

  • (43) Salas tradujo en verso la sátira III de Persio, «con cuya emulación ingenua y amigable —dice él mismo— volvió nuestro D. Francisco en rihthmos semejantes la segunda del mesmo Persio, que esconde igualmente, como tantas otras poesías, mano inicua y envidiosa» (III, pág. 430). volver
  • (44) También en el Marco Bruto (pág. 137) cita y desarrolla este pasaje de Juvenal, «autor —dice—, cuanto permitió el cielo en la gentilidad, bien hablado en el estilo de la providencia de Dios», y se refiere a la misma doctrina en Remedios de cualquier fortuna (pág. 378) y Epístolas de Séneca (págs. 384-385). En esta última incluye también a Persio, al que menciona y comenta con más extensión en Su espada por Santiago (pág. 434). volver
  • (45) Cfr. la silva LXIX, 692, en que Alaba la calamidad. volver
  • (46) En la traducción de Fócilides tiene Quevedo unos versos de gran semejanza con uno de los más bellos pasajes de Juvenal sobre la obligación en que estamos de abstenernos de todo lo odioso o inmoral ante los niños (Quevedo, II, 37, pág. 68, versos Ejercita en tus obras, etc.; Juv., XIV, 44-46). En La cuna y la sepultura (págs. 88-91) pondera la vanidad de la ciencia, y refiriéndose a la aludida doctrina de Persio en la sátira III, pónese en frente, y lamenta que el pueblo no desprecie a los pretendidos sabios, como en tiempo de Persio, antes los estime. volver
  • (47) Lucilio se burló también de la grecomanía en la persona de Albucio, que quería ser saludado en griego (II, 88). volver
Centro Virtual Cervantes © Instituto Cervantes, . Reservados todos los derechos. cvc@cervantes.es